19 abr. 2024

Beethoven: La música convertida en destellos de Dios

El 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, el genio imponente universal, es un momento trascendente y emocionante en el mundo de la música clásica.

Foto UH Edicion Impresa

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María Gloria Báez
Escritora


Las composiciones de Ludwig van Beethoven son parte del legado inmortal de la historia de la música. Con su profundidad existencial y la capacidad de hablar a toda la humanidad, su música sigue siendo tan convincente y relevante universalmente.

Proveniente de la ciudad de Bonn, Alemania, se trasladó a Viena en 1792, la ciudad imperial y metrópolis cultural europea. En pocos años su música sobresalió por la originalidad y cambió la figura del compositor en la sociedad.

El hombre de baja estatura, mal genio, rudos modales, dominante, era uno de los descollantes artistas de Europa. No solo es uno de los compositores más importantes que jamás hayan existido, sino también es el emblema del ser humano que lucha y triunfa sobre la adversidad.

UN MUNDO SILENCIOSO

¿Qué podría ser más trágico para un músico que ir quedando paulatinamente sordo? Una sordera que llegó a un Beethoven joven antes de los 30 años. Pocos años después, viviría en un mundo silencioso, escribiendo música guiado solo por los sonidos de su oído interno.

Su “visión tonal” resultó ser una visión universal. Esos eternos favoritos, la sonata Claro de luna, la Quinta sinfonía y la Gran fuga Opus 133, hay en esta música algo que la distingue de todas las demás: una fuerza, una vitalidad, la convivencia última de contenido y forma.

Con la sinfonía Heroica, de 1805, Beethoven puso música al siglo XIX. Con la Novena sinfonía, de 1824, la puso en el XX. De hecho, para muchos hoy en día, la Novena sinfonía es más que una obra musical; es un espíritu.

Como gran innovador, Beethoven predicó una especie de democracia que habría eliminado las distinciones de clase. Cuando adaptó la Oda a la alegría, de Schiller, con su llamado a la hermandad universal, también compuso la primera partitura con conciencia social de la historia. No es de extrañar que muchos estudiosos y estetas, vean en la Novena sinfonía y otras partituras de Beethoven, más que música, un conjunto de ética.

Como intérpretes, los directores de orquesta son juzgados por “su” Beethoven; los pianistas no tienen credenciales hasta que han conquistado sonatas, como la Appassionata, la Waldstein, así como las últimas; un cuarteto de cuerdas se juzga sobre los 16 cuartetos; a los violinistas por las 10 sonatas, por no hablar del Concierto para violín (en su tiempo considerado intocable, hoy en día repertorio obligado de todo violinista profesional serio).

Fidelio, su única ópera, trata de la libertad, la fidelidad, el idealismo y la justicia; esta magnífica obra, compuesta y revisada durante un periodo de diez años, destaca el genio musical de Beethoven, plenamente presente en la inteligencia de la orquestación.

SU MÚSICA, UNA RELIGIÓN UNIVERSAL

Su colosal Missa Solemnis no solo toma a su propio Dios, sino que abarca a todos los dioses convergiendo en una especie de religión universal. Su música sigue tan vigente como siempre.

De hecho, el mundo que existe después de su muerte encuentra aún elementos nuevos que admirar, especialmente en esos misteriosos últimos cuartetos, esas cinco asombrosas obras, cumbre de su poder creativo. Los escribió para una era futura, y se mantienen con El arte de la fuga, de Bach, como el producto de un poderoso intelecto musical unido a una visión que lo abarca todo. Sin “reglas” en este tipo de supermúsica. Su música es, simplemente, sublime.

No solo influyó en las generaciones de compositores posteriores, sino que también moldeó instituciones enteras. La orquesta profesional surgió, en gran medida, como un vehículo para la interpretación incesante de las sinfonías de Beethoven.

El piano moderno lleva la huella en su demanda de un instrumento más resonante y flexible. La tecnología de grabación evolucionó pensando en Beethoven: el primer comercial de 33⅓ r.p.m. LP, en 1931, contenía la Quinta sinfonía, y la duración de los discos compactos de primera generación, se fijó en setenta y cinco minutos para que la Novena sinfonía pudiera desplegarse sin interrupción.

DELEITAR LOS OÍDOS DE DIOS

Como escribió Maynard Solomon, en su magnífica y frecuentemente citada biografía de Beethoven, y en la cual identifica el mayor legado del genio de Bonn: “La música que alcanza un estado de santidad a través del sufrimiento”.

Su “viaje devocional” nos lleva a un punto de tranquila plenitud, que está más allá de la imaginación de cualquier otro compositor. Se la puede encontrar especialmente en el único movimiento que hizo llorar al propio Beethoven: la Cavatina de su Cuarteto de cuerdas, Opus 130.

Esta plenitud se encuentra en las obras significativas de su llamado tercer periodo, correspondiente a la década anterior a su muerte, en 1827. Aunque su fe inquebrantable en Dios estaba lejos de ser ortodoxa, se reconcilió con la Iglesia Católica en su lecho de muerte. Significativamente, estos fueron los únicos años en la vida de Beethoven en los que estuvo completamente sordo. Cuando estrenó la Novena sinfonía en Viena, en 1824, ensimismado, siguió dirigiendo ya finalizada la obra sin percatarse de los aplausos y vítores del público. ¿Cómo pudo Beethoven haber creado el trascendente mundo sonoro de sus últimas obras, como ser las sonatas para piano y cuartetos de cuerdas habiendo perdido la audición? Solo podemos creer que la respuesta es que el cruel aislamiento de la sordera creó la posibilidad de componer obras que liberan las ataduras terrenales para deleitar los oídos de Dios.

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