El temible virus SARS-CoV-2 se está replegando en Paraguay y la región. No sabemos si retrocede para tomar impulso para una tercera ola o se trata del resultado natural de la conjunción de variables propias del evento, como la inmunidad de rebaño, alcanzada con la cantidad de personas recuperadas de la enfermedad (más de 440.000), y el porcentaje de vacunados existentes en las diferentes franjas etarias.
Lo cierto es que ante el progresivo relajo de casos y, por ende, la disminución de noticias relacionadas a la saturación de hospitales, la desesperación por falta de camas en unidades de Terapia Intensiva, la carencia de insumos y medicamentos, la desesperación de las familias por conseguir recursos para los internados, entre otros tantos dramas vividos en estos últimos meses, uno tiende a “la normalidad”, esa que invita a olvidar los malos momentos vividos y, con ello, también las lecciones aprendidas. Es el riesgo; vivir sin memoria, existir por pura espontaneidad.
Se trata de una forma que no nos conviene como sociedad, ni mucho menos como individuos, pues estamos llamados a utilizar la razón, la memoria y la libertad para siempre aprender y avanzar. Urge sacar un juicio de valor, consciente y sereno, para que lo acontecido se vuelva experiencia, reutilizable y “a mano”.
Ante tantas pérdidas, sacrificios y dolores enfrentados por todos, es más que razonable el intento de aprovechar este periodo inédito de nuestra historia en vez de eliminar del horizonte toda posibilidad de aprendizaje, aplicando en forma reactiva y simplista la etiqueta de “tiempo perdido” o “una pesadilla para el olvido” y punto. Demos vuelta la página.
A nivel país, por ejemplo, hemos de aprender lo prioritario y urgente que significan la inversión en el sector de salud pública y la formación de los profesionales. Se necesitan más médicos y terapistas. El gobierno, las autoridades deben tomar nota. Hasta la estabilidad política y los cargos quedaron supeditados a la gestión en este campo. La gente necesita salud. Hoy tenemos el triple de camas en UTI, y en 5 meses se han utilizados medicamentos e insumos equivalentes a 4 años de gestión normal. Este virus obligó a dar el paso y dejar en evidencia que con voluntad y decisión de la clase política, era y es posible crecer y mejorar en este campo. ¿Por qué esperar un colapso sanitario para invertir en Salud?
Y que la tecnología puede estar tan asociada y en positivo a la educación escolar y universitaria, también quedó en evidencia; además de comprender que el proceso educativo no pasa solo por la instrucción formal y técnica, sino también –y hasta prioritariamente– por la necesidad de compartir, socializar, mirarnos a los ojos, estar presentes. No nacimos para vivir en formato virtual, menos aún los niños y jóvenes.
Otra lección elocuente, puesta a mano por la pandemia, hace referencia a lo efímero de la vida y lo cercano de la muerte. Queda claro que ella no es algo lejano para ninguno, por más juventud, dinero o poder que se tenga, y que sin un sentido de peso, tanto la primera como la segunda, quedan a la deriva con gritos vacíos. ¿Por qué tuvo que morir? Pero en medio del árido desierto del dolor, la muerte y hasta la soledad que desespera, vimos también la vida emerger, sin explicación, como un pequeño brote de flor silvestre, portando una esperanza tan inesperada como necesaria. Sin dudas, una lección para apuntar.
Por momentos hemos aprendido a valorar situaciones y gestos sencillos considerados obvios o descontados; un abrazo, un apretón de manos, el compartir en una mesa; una compañía humana. Que de la anécdota pasemos al aprendizaje, es el desafío. “Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos”, afirmó el papa Francisco en mayo pasado. Una invitación interesante, en medio de la corriente que rápidamente arrastra a todos hacia el olvido, camuflado de anestésica rutina y cómoda normalidad.