Aristóteles afirmaba que la única verdad es la realidad. La famosa escritora rusa Ayn Rand (1905-1982) decía que “los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres”. Y de manera más desafiante, el también escritor estadounidense Philip Dick señala que la realidad es aquello que “cuando uno deja de creer en ello, no desaparece”.
En este tiempo tan complejo y confuso, marcado por el relativismo generalizado y la absolutización de los sentidos y las “percepciones” individuales, quizás valga la pena reflexionar sobre aspectos que hasta hace poco tiempo resultaban evidentes. Los datos objetivos han dejado de serlo. Hasta la ciencia es marginada a campos determinados, a fin de evitar afirmaciones irrefutables, allí donde hay más intereses personales que el apego a la verdad.
La experiencia, como método fundamental de conocimiento, es dejada de lado. En su lugar se han instalado ideologías y esquemas de pensamientos. Somos testigos indiferentes o enmudecidos del avance del mundo del revés, ese que afirma la supremacía de las elucubraciones frente a cualquier hecho.
Es así que observamos una fuerte tendencia a imponer la idea de que el sexo de la persona ya no es algo natural, sino una construcción social, resultado de la percepción individual. Uno es lo que “se siente ser”, el resto no interesa. Obviamente, ya hubo casos de todo tipo, como del adolescente que se identificaba con un objeto o animal; y que de ser tratado como trastorno, habría sido catalogado de discriminativo; es decir, fuera de toda racionalidad.
Este año, en Nueva York, se aprobó una ley que autoriza a los padres a desechar la evidencia genética y científica, y a registrar a sus recién nacidos con el género X, indefinido, en lugar de hacerlo como niños o niñas. Y la lista continúa. En Europa hay grupos civiles que buscan la aprobación y aceptación de la pedofilia, “como algo natural”, siempre y cuando haya consentimiento. El año pasado, en España, se presentó una ley que permite a chicos de 12 años cambiar de sexo, sin contar con la aprobación de los padres. Peligroso y sin sentido.
En Argentina, en tanto, dos médicos están procesados por negarse a asesinar a un niño de 5 meses, en el vientre materno, si bien, la actuación profesional propició que tanto la vida de la madre como la del hijo fueran preservadas. Enjuiciados por salvar vidas humanas. O sea, algo anda mal. Como dice un amigo, el problema actual es que vivimos la realidad como si tuviéramos una bolsa sobre la cabeza: “no reconocemos las cosas presentes como presencia”.
Urge educarnos para aprender a dejarnos golpear de nuevo por lo real, por aquello que se impone frente a nuestros ojos; aprender a usar la razón según su verdadera naturaleza, la de ser apertura a la totalidad de los factores, aunque sus datos no nos gusten. Intentar ser realista.
Es una cuestión de inteligencia, pues de qué valen los progresos tecnológicos en una sociedad de hombres y mujeres que no tienen conciencia de quiénes son y de las evidencias que afirman su identidad, dignidad y significado.
Para construir se necesita de la realidad, más que de las imposiciones o imaginaciones. Y no se trata de negar situaciones o fenómenos actuales, sino de rescatar la necesidad que tenemos los seres humanos de la razón bien aplicada; un ejercicio que debemos retomar buscando el crecimiento de la persona y toda la sociedad.