22 jun. 2025

Aporofobia: la historia de una palabra nacida para cambiar la realidad

Lo que no tiene nombre no existe. Por eso es necesario buscar palabras que nos ayuden a definir realidades sociales innegables y cotidianas como el miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.

Pobreza. En los puntos ribereños, la gente no tiene más opción que extender sus prendas en un patio sin murallas.

Pobreza. En los puntos ribereños, la gente no tiene más opción que extender sus prendas en un patio sin murallas.

Javier Lascuráin - EFE

Solo así, dando nombre a esa realidad, podremos hacerla presente en el debate social, conocer sus causas, enfrentarnos a ella, buscar soluciones...

Eso es lo que pensó la filósofa española Adela Cortina cuando en 1995 preparaba una columna para “ABC Cultural” en la que denunciaba que, bajo muchas de las actitudes racistas y xenófobas que vemos cada día a nuestro alrededor, late una fobia distinta: la que nos producen los pobres, aquellos que en esta sociedad del intercambio, del dar y recibir, no parecen tener nada que ofrecernos.

Como ella misma explica en su libro “Aporofobia, el rechazo al pobre” (Paidós, 2017), “no repugnan los orientales capaces de comprar equipos de fútbol o de traer lo que en algún tiempo se llamaban ‘petrodólares’, ni los futbolistas de cualquier etnia o raza, que cobran cantidades millonarias pero son decisivos a la hora de ganar competiciones”.

“Por el contrario -explica Cortina-, lo cierto es que las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas. (...) Las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad”.

“El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza”, concluye.

La existencia de esa “lacra sin nombre” llevó a la catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia a rebuscar en sus diccionarios escolares de griego hasta encontrar el término "áporos” (‘pobre’, ‘sin recursos’) y construir, a partir de él, el neologismo “aporofobia”.

Volvió a emplearlo en otros artículos y conferencias, en libros de texto... y pronto la palabra fue ganando terreno entre las organizaciones sociales y los defensores de las personas sin recursos. Por fin había un término capaz de señalar una realidad lacerante, de hacerla visible.

En la Fundación del Español Urgente le dedicamos una de nuestras recomendaciones diarias sobre el buen uso del idioma, en la que explicábamos su significado, su utilidad y su formación válida.

Varias personas y colectivos pidieron, siguiendo una propuesta de la propia Cortina publicada en el año 2000 en el diario “El País”, la incorporación de esa voz al “Diccionario de la Lengua Española”, que se ha producido finalmente hace unas semanas.

El término llegó incluso a las instituciones: el Senado español aprobó el pasado mes de septiembre una moción en la que pide la inclusión de la aporofobia como circunstancia agravante en el Código Penal.

Todo ello hizo que esa voz fuera desde el primer momento una de las candidatas del equipo de la Fundéu BBVA para ser palabra del año 2017.

Como en ocasiones anteriores, tratamos de poner en la balanza el interés lingüístico del término y su presencia y utilidad desde el punto de vista informativo.

En el primer aspecto, “aporofobia” es el sueño de todo estudioso del idioma: una voz con autor conocido y fecha de nacimiento, una “rara avis” en el análisis del origen de las palabras.

En el ámbito informativo parecía en cambio evidente que otras de las candidatas han tenido mayor proyección y presencia en los medios (“bitcóin”, “turismofobia”, “superbacteria”...).

Sin embargo, no es tan seguro que la aporofobia como concepto, las actitudes personales, políticas y sociales de rechazo al pobre no estén marcando cada vez más el devenir del mundo.

Poner esa realidad sobre la mesa, ayudar a que las palabras nos permitan entender y mejorar nuestro entorno es igualmente un buen objetivo para este galardón con el que cada doce meses pretendemos reflexionar sobre las palabras y el mundo que con ellas construimos.

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