“Che mboriahu, pero che delicado”, (soy pobre, pero delicado) decían los campesinos cuando alguien procuraba herirlos o comprar su dignidad. Ella y no la pobreza justificaban su vida.
Hoy, los ejemplos que vienen de arriba han terminado por horadar todo vestigio de orgullo, autoestima y altanería ciudadana. Todo se compra y se vende. Está en exposición al mejor postor la miseria del 20% de la población paraguaya, que no tiene opciones más que aceptar ser mendigo ofreciendo la nada como mercancía de cambio. Su dignidad no existe ni para él ni para el que lo compra.
Por eso es despreciado por el político prebendario que sabe muy bien que en tiempos de campaña -y a veces fuera de ella-, hay que robar para pagar cuentas de agua, luz, enfermedad y entierro. Cuando se llega al poder se desprecia al que vendió su escasa dignidad, y se vive para facturar y reiniciar el ciclo en la siguiente elección.
Ser mendigo es ser méndigos (infames) para muchos y cuesta serlo. Alguien, sea una persona o un país, tuvo que deshacerse de una serie de mecanismos que impiden que uno llegue al subsuelo de la dignidad. Se llega a veces por contagio y por imitación.
Si alguien desde arriba viaja a las antípodas del país como presidente para mendigar algo a cambio de mantener una lealtad falsa, no se puede pretender que cuando compran al más pobre este no termine de venderse a alguien que paga después un precio más alto.
Se mata la confianza que es la que genera riqueza y se hunde en el descrédito la práctica de la política. Cuesta hacer retornar a alguien que vive y piensa como mendigo.
El Paraguay como nación necesita con urgencia sacudirse de la miseria de extender la mano permanentemente. No puede ser que el título de un diario sea " Tito y Cachito recibieron autitos de Taiwán”. La presidencia de ambas cámaras requiere una actitud diferente como tampoco se puede vivir en una casa regalada por quienes además pagan el almuerzo presidencial con un cheque expuesto de 10 mil dólares sin que la anfitriona de turno rompa el mismo como un signo de decoro.
Por eso también los vecinos de un barrio capitalino no quieren cambiar el nombre de su avenida que recuerda a un tirano oriental, cuya corrupción terminó por acabar su presidencia. Los vecinos dicen que si cambia de nombre, “el Gobierno taiwanés ya no limpiará el parque ni las aceras. (sic)”.
En la misma semana se cuenta que Brasil pagará 3 millones de dólares para reparar el lado paraguayo del Puente de la Amistad y que ellos se encargarán de administrar los fondos para que no robemos.
¿Se imaginan semejante ofensa a la dignidad de un pueblo? Los japoneses cuando regalan traen al administrador para que no se malverse el obsequio. Así lo hacen otros países que están cansados de regalar para beneficio de algunos pícaros y deshonestos. ¿Pero puede un país reclamar cosas cuando no es capaz de construir su casa, pagar el almuerzo que invita, reparar el puente en condominio, pagar el crédito que contrae?, somos acaso un país cuando perdemos la dignidad?
El presidente de Costa Rica y premio Nobel de la Paz, Óscar Arias, decidió romper relaciones con Taiwán porque el daño ético a la nación era mayor que los beneficios económicos circunstanciales que recibía. Ese fue un gesto digno, de los que construyen la idea de patria.
El dinero taiwanés gastado en campaña por los partidos huele mucho a corrupción y a degradación del pueblo paraguayo que resulta absurdo observar el cinismo de algunos beneficiados que se oponen con razón a la intervención extranjera en la política local sin importarles para nada ni la irrupción de legisladores brasileños o plata de otros países en las lides locales. Debemos exigir como país un trato acorde a la consideración que nos tenemos.
Hoy somos un país mendigo. El presidente está en Taiwán adonde fue, según lo dijo, para traer dinero y pedir la condonación de una deuda de 400 millones de dólares que había conseguido quien al final no pudo gastarlo porque el gobierno se acabó a los 8 meses. “Créditos no reembolsables” es el eufemismo gubernamental para las donaciones. Es una contradicción en sí mismo como también lo es el concepto de “país mendigo” al que llegamos.