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En la vida hay todo tipo de batallas y las de salud suelen ser azarosas. Y de eso sabe Ana María de Rodríguez, a quien –a pesar de las adversidades– dio pelea y consiguió no una sino varias oportunidades de la vida: La primera a los 33 años cuando superó un cáncer de endometrio y, la segunda, casi 30 años después cuando la misma enfermedad apareció en la vejiga.
Doña Ana María recuerda que en la primera oportunidad en que la enfermedad tocó a su puerta, vivió un proceso mucho más leve que en la segunda vez, aunque la grave consecuencia fue que ya no podría tener más hijos. “La primera vez, me recuperé después de pasar por la histerectomía, quimioterapia, rayos; mi vida volvió a ser normal, caminaba, salía por las noches a bailar hasta que me tocó de vuelta esta enfermedad mucho tiempo después”, comenta la esposa del pionero Rubén Rodríguez y madre de Junior.
Décadas después, en el 2022, Ana María comenzó a sentir intensos dolores en la espalda, específicamente en el área del riñón: “Cada vez me dolía más, pero como tengo problemas en la columna pensé que se trataba solo de eso hasta que un día note sangre luego de ir al baño”, rememora.
Con temor en el corazón, Ana María inició así con la seguidilla de consultas, primero con el médico clínico y luego con el especialista, el Dr. Fernando Abarzúa. Fue este profesional que encontró, luego de varios estudios, la causa real de las molestias que sufría Ana María: Un cáncer en la vejiga que acabó con uno de sus riñones.
La batalla continúa
Su esposo, Rubén Rodríguez publicó en sus redes en aquella oportunidad: “Hace 29 años peleó y ganó. Aprendimos a luchar, a pelear sin tregua; juntos siempre porque eso juramos hace 44 años y eso cumplimos. Ahora volvió y más fuerte, no sabía que ya estamos entrenados, que somos poderosos contrincantes, que vamos a poner todo lo que sea necesario para ganar la batalla”, decía confiado El Pionero al inicio de su posteo.
Y, realmente fue una difícil contienda de la que salieron airosos, pero que dejó profundas huellas en ambos: “Pasamos muy mal; me acuerdo y me dan ganas de llorar”, expresa Ana María con un nudo en la garganta.
Y no es para menos, ya que el segundo round implicó pasar de vuelta por cirugías, sesiones fuertes de quimioterapia cada quince días por tres meses, más de una veintena de sesiones de rayos, mucho dolor y angustia.
Amor y apoyo familiar
Cuando el pilar de la familia tambalea, todo el edificio amenaza con derrumbarse, pero por fortuna de Ana María, su familia estuvo ahí para acompañarla en su camino a la sanación. “Recuerdo que una vez me desmayé, cuando Rubén me estaba bañando, y se asustó, se asustaron todos, y así tenemos muchos momentos difíciles que pasamos”, confiesa.
En otra parte del mencionado posteo realizado por el conductor de radio y TV mencionaba: “Los médicos y nuestros rezos de infinita fe nos llevan a ser una difícil y peleadora víctima. Estamos listos en familia a retarte en duelo, nuestros amigos pondrán el coro de plegarias. Así estamos y así seguiremos para ganar”.
Precisamente, en esos momentos de incertidumbre y sufrimiento, Ana María se volcó a la fe y al amor de su familia. Parte de su rutina era rezar el rosario diariamente. Fue con esa fe y un exitoso tratamiento que después de la tormenta vino la calma como dice el dicho: “Después que pasó todo, me hicieron los estudios y mi oncólogo, el Dr Meyer, me dijo estás liberada, estás limpia”, relata orgullosa.
“Tengo una anécdota con Alexandre Pires. Cuando yo estaba con el pelo cortito, nos fuimos a saludarle después de su concierto. Él me vio a mí y me dijo que iba estar bien; luego, desde el escenario también me saludó diciendo que iba tener la bendición de Dios, y en ese momento sentí como la electricidad recorrió mi cuerpo”, cuenta Ana María.
Un antes y un después
Después de tantas batallas, la vida ya no es la misma.
“Me quedé con miedo”, asegura la luchadora. Al respecto, dice que además de practicar la fe católica, también acude a un templo mesiánico japonés en donde se practica el Johrei. “A mí me hace muy bien, voy todos los días allí, inclusive mi nieto mayor Rubén Osvaldo va también”.
El Johrei es una práctica espiritual japonesa que busca la purificación del espíritu a través de la canalización de la energía con la imposición de manos”. En Paraguay, el templo está ubicado en el barrio Villa Morra”, según detalla Ana María.
Sobre energías positivas confirma que sus nietos son su principal fuente, con quienes comparte sin falta un almuerzo los días sábados cada quince días. “Los más pequeños, Ignacio Rubén y Ana Sofía son muy alegres y traviesos; ellos llenan de alegría la casa cuando vienen”, finaliza entre risas.