El acceso a agua potable es un derecho humano fundamental. Así lo entendió el abogado Robert Bilott para convertirse en la “peor pesadilla de DuPont”, en palabras del New York Times.
DuPont es una empresa multinacional que se dedica especialmente a la industria química, y Bilott fue abogado corporativo durante años, defendiendo a compañías como la citada, hasta que un día el granjero Wilbur Tennant habló con él para denunciar que sus vacas se estaban muriendo a diestra y siniestra. La causa resultaba desconocida entonces, y las condiciones de los decesos eran únicas: órganos hinchados, dientes ennegrecidos y tumores. El letrado fue hasta la casa de Tennant y vio los hechos con sus propios ojos. El origen, ya lo suponían certeramente, era el agua que bebían los animales, e incluso el pueblo.
Supieron más tarde que DuPont contaminó la zona con productos químicos, que llegaron al vital líquido del lugar. Por cierto, uno de esos productos es el C-8 (ácido perfluorooctanoico), utilizado en la obtención del teflón. Así es, el teflón que se aprovecha para fabricar las sartenes antiadherentes, lo cual llevó a confirmar por qué el 95% de los estadounidenses lo lleva en la sangre, y podemos suponer que el porcentaje anda por ahí en el resto del planeta. La compañía ocultó los efectos del C-8, un material cancerígeno, que ocasiona malformaciones en el embarazo y otros problemas sanitarios. Hubo desidia y complicidad de muchos para semejante barbarie.
Afortunadamente existió un abogado como Bilott, quien emprendió una titánica lucha para llevar a DuPont ante la justicia, y que esta pague al menos un poquito de todo el daño que estaba haciendo. Sí, ya se imaginará qué empezó a ocurrir con habitantes del pueblo donde hubo la mayor contaminación.
Toda esta tragedia es relatada en la película Dark Waters, titulada Aguas oscuras en España y El precio de la verdad en Hispanoamérica, que la pueden ver en la plataforma Netflix.
Ese título para España me pareció mucho más exacto, además de ser una traducción literal del inglés, hace referencia a la oscuridad, la falta de luz que nos impide ver las cosas. Recordemos que existió —y todavía lo vemos— el oscurantismo, y otro momento conocido como el de la Ilustración o Siglo de las Luces. La opacidad es relacionada precisamente a la ausencia de la tan necesaria transparencia en distintos ámbitos.
No quiero ser tétrico querido lector, pero en Paraguay podría filmarse una versión propia de Dark Waters. No es una broma, le escribo muy en serio. Porque un reportaje reveló que ribereños del río Pilcomayo beben agua “con veneno no declarado”. La abundante información al respecto puede leerse en el diario Última Hora entre el 24 de octubre y el 2 de noviembre (desconozco si en otros días existen más publicaciones y estas fechas son una muestra).
¡Es una historia de terror! Leemos por ejemplo que el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) “ocultó documento en que recomienda no tomar agua del río”. ¡Imagínense! También nos enteramos de autoridades argumentando que es poca la población que se surte del río, y otros que minimizan la situación porque los efectos son a largo plazo. Claro pues, la vida de una persona vale nada. Vergüenza ajena.
Igualmente, nos informan que el Ejecutivo recién pedirá informes, que el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social “hará monitoreo del río”. Sorprende cómo siempre existe reacción y no prevención, pero esas acciones muchas veces acaban en la nada, e incluso sabemos por las publicaciones que los entes dilatan las resoluciones para afrontar la contaminación del río.
Veremos si en Paraguay aparece algún Robert Bilott. Creo que hay abogados que pueden sumarse a la tarea, y al menos sé —gracias a la información de un noble y joven peluquero que tiene entre su familia a siete de ellos— que más de media docena está sin empleo esperando la posibilidad de trabajar.