Es una palabra bastante subvalorada y manoseada en nuestros días; desde la publicidad con sus estereotipos de grupos perfectos –siempre sonrientes, pulcros y exitosos–, pasando por aquellas relaciones tóxicas que dicen serlo; hasta esas complicidades estériles, muy difundidas en la actualidad, basadas en una lógica afectiva utilitarista, del uso y tiro, también conocidas como amistades “con derecho”. Hay de todo en la viña.
Tener el privilegio de contar con un amigo o serlo podría no resultar cosa fácil, sin embargo, cuando acontece, ocurre de manera sencilla, “como un amanecer”, diría alguien; una correspondencia que va ganando terreno en la propia historia. Un hecho para agradecer.
Tal vez hubo una época en la que solo deseábamos aquellos amigos para perder el tiempo; para “quemar” las horas que teníamos de sobra. Luego, los años fueron pasando y las responsabilidades y desafíos de la vida golpeaban con más fuerza, y aquellas compañías ya no fueron suficientes para sostener la barca, sobre todo cuando algunas tormentas sacudían nuestro cotidiano. Deseábamos respuestas cuando las preguntas sobre la vida, las injusticias y las tristezas o vacíos existenciales, nos abrumaban.
Y es así que llega un tiempo en la vida en que uno se da cuenta que la amistad y los amigos no siempre son aquellos que comparten todo el tiempo con uno, ni los que sonríen o palmotean la espalda a cada momento, sino aquellos que impulsan a dar pasos, vencer los miedos; gente que vive seriamente su propia necesidad y es capaz, por ende, de comprender la de uno.
Entonces, se comprende que la amistad es también un camino, un proceso como tantos otros en la vida, que exige tiempo para madurar, crecer y florecer; una aventura que se construye incluso sin un compartir físico; son amigos y maestros desde la distancia, principalmente por lo que afirman y viven; por la experiencia que ofrecen al mirar la existencia, propia y ajena, de forma distinta, y que llegan hasta uno a través de amigos cercanos. Porque una amistad verdadera, educa.
Con el tiempo también aprendemos a valorar y estimar aquellos rostros que hablan de frente, que llaman al pan, pan, y al vino, vino; sin rodeos ni mentiras. Que pueden decir que la decisión tomada es un grave error, sin por ello negar su compañía. Así como esos que de buena o mala forma provocan a utilizar la razón y colocarla, como una lente, en su justo lugar, para así crecer como seres humanos, acorde a nuestra dignidad.
Y uno agradece cuando tiene la suerte –por decirlo así– de encontrar personas que le enseñan a descubrir una mirada de ternura hacia la propia humanidad, sin censurar sus errores o escandalizarse por los límites siempre presentes. Esas personas que intentan mirar comprendiendo las heridas ocultas del corazón. A esos los llamo amigos.
Muchos pueden reducir la amistad a algo sentimental. Sin embargo, es factor clave para la construcción de una sociedad sana y con futuro.
En efecto, quien tiene un amigo con todas las letras; que ayuda a buscar y desear la verdad y la libertad; que desafía a no limitar los deseos genuinos del propio corazón, aunque parezcan imposibles; que invita a mirar al otro como un bien; a responder a esa exigencia de justicia que muchas veces molesta; quien tiene un amigo así, construye en el lugar donde se encuentra; edifica una nación, se proyecta en positivo.
Amigos para perder el tiempo pueden haber siempre, pero nunca serán suficientes para satisfacer esa humanidad herida que llevamos todos. Buscarlos es una cuestión de afecto con nosotros mismos. Encontrarlos, entonces, será cuestión de tiempo.