14 may. 2025

Un rostro que inquieta

Gustavo A. Olmedo B.

Ir contracorriente no es cosa fácil. Y abrazar las críticas, caminar con libertad y gritar con certeza la posibilidad de la esperanza y el perdón para todo ser humano, más allá de la situación en la que se encuentre, menos aún. Francisco lo hace, o por lo menos lo intenta y con mucho esfuerzo, sobrellevando las limitaciones de su edad y salud.

Este anciano de 81 años no es perfecto, ni mucho menos, pero no se detiene, no quiere jubilarse. El Papa visita en estos días Chile y hoy parte a Perú. En el país trasandino su llegada estuvo precedida por el ataque a seis iglesias (inexplicable en un país que se considera desarrollado) y la insistencia de la prensa en las denuncias de abusos a menores que involucra a religiosos; nunca hubo entusiasmo ni preparativo alguno en las crónicas de las agencias internacionales. Sin embargo, una vez más el fervor de la gente se hizo evidente en las calles y los encuentros públicos. Hay veces que los periodistas olvidan esos detalles. “Quizá muchas veces prestamos más atención a nuestras ideas más que a lo que siente la gente”, decía –palabras más, palabras menos– uno de los panelistas en Televisión Nacional, mientras comentaban y observaban sorprendidos el recibimiento al jesuita. Exhortó a respetar la vida, se reunió con las víctimas de los abusos; tocó a los heridos de la sociedad. “Ninguno de nosotros es cosa, todos somos personas y como personas tenemos esa dimensión de esperanza. No nos dejemos cosificar. No soy un número... soy fulano de tal, que gesta esperanza porque quiere parir esperanza”, dijo Francisco a las internas de un centro penitenciario, agregando que “ser privado de la libertad no es lo mismo que estar privado de la dignidad”.

En Temuco, una zona de conflicto con pueblos originarios, exhortó a ser “artesanos de unidad” para que no gane el “enfrentamiento, ni la división”. “No es un arte de escritorio la unidad ni tan solo de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento”, agregó el Papa.

Recordó que “cada esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor –aunque muchas veces pareciera que cae en saco roto– siempre dará fruto..”, y afirmó el valor de la maternidad como un don de la vida, subrayando que los hijos “son la fuerza, son esperanza... el recuerdo vivo de que la vida se construye para delante y no hacia atrás”.

Frente a autoridades civiles y militares, enfermos y huérfanos, profesionales y obreros; ante jóvenes y ancianos, políticos y apolíticos, el religioso volvió a insistir en la necesidad de promover el diálogo y la paz, y de reconocer nuestra naturaleza humana (la debilidad) y de sabernos hasta la muerte, necesitados de perdón y misericordia. Inquietante, molestoso pero interesante.

En un mundo marcado por violencia e injusticias, la promoción del consumismo y hedonismo, en donde la soledad y depresión son males “normales” en nuestras sociedades, un mensaje positivo de estas características, de parte de un líder su envergadura, no es poca cosa; es un bien, una necesidad de nuestro tiempo.

Se trata de una provocación a la libertad personal y colectiva. Al final de cuentas es solo la invitación a buscar “la lucidez de llamar a la realidad por su nombre –y entonces asumir la verdad–, y la valentía de pedir perdón”, y entonces avanzar superando el estancamiento. Ir así contracorriente no es sencillo pero, sin dudas, es camino para construir.