Una de las sorpresas que dio Horacio Cartes al asumir la presidencia en 2013 fue nombrar ministra de Cultura a la arquitecta Mabel Causarano, figura emblemática de la resistencia cultural contra la dictadura, más vinculada al progresismo intelectual de izquierda que al Partido Colorado retornando al poder.
La decisión resultó aun más polémica tras la peculiar visión de la cultura que Cartes dio en un programa radial, al admitir que ansiaba recuperar los espectáculos del restaurante el Jardín de la Cerveza, con shows turísticos de música folclórica y mujeres de typoi, danzando con botellas.
En ese contexto, recurrir a una intelectual respetada del mundo cultural se interpretó como una hábil maniobra de márketing para contrarrestar burlas y críticas. Cartes intentaba dar la idea de un gabinete “selección nacional”.
El nombramiento de Mabel causó reacciones dispares en la comunidad cultural, generalmente crítica a todo gobierno colorado. Muchos cuestionaron qué hacía allí la Causarano, blanqueando con su prestigio a un gobierno de derecha. Otros decían preferir que esté ella en el cargo, antes que un seccionalero.
En tres años y poco más de gestión, Causarano resistió fuertes embates no solo de políticos colorados que le reprochaban “cerrar puertas a los correligionarios”, sino de sus propios aliados del ámbito cultural, que le recriminaban por no ser más revolucionaria en su gestión, olvidando quizás a qué gobierno respondía.
Esta semana, sorpresivamente, Cartes decidió echarla del cargo, sin explicar razones ni agradecer su trabajo. Hay varias versiones sobre la destitución, desde haber dado apoyo institucional a una película sobre narcotráfico, autorizar el uso de una dependencia pública para un acto político de la disidencia colorada, como su escasa colaboración a las celebraciones del sesquicentenario de la Guerra de la Triple Alianza, sin olvidar acusaciones sobre gastos excesivos para una gestión que exhibe pobres resultados para el márketing.
Más allá de las verdaderas razones, la destitución de Causarano borra gran parte de la amplitud que Cartes quería mostrar. Además, se da en un momento en que desde Mburuvicha Róga y la ANR se ha declarado una especie de “guerra sucia” contra los sectores críticos, incluyendo acusaciones sin pruebas, espionaje a periodistas, persecución y despidos por pensar distinto.
La designación de Fernando Griffith, fundador del proyecto Paraguay Poderoso, como el nuevo ministro de Cultura, refleja el perfil que Cartes le quiere dar a lo que resta de su gobierno. Contratar al asesor de la Fundación John Maxwell en Paraguay sería una acertada decisión para una tarea de reactivación empresarial, pero en el plano político profundiza la brecha entre el Gobierno y los hacedores de cultura. Aunque probablemente esa era la idea inicial que tuvo que esperar tres años: poner a un líder motivacional en el Jardín de la Cerveza.