El divorcio es más rápido ahora que otros trámites relacionados con el vínculo matrimonial, decía un abogado.
En otros países te obligan a ir a mediación, pero acá no es tan necesario, alegan deterioro de la relación y de mutuo acuerdo deshacen el vínculo en breve... Esto lo escuchaba un día después de participar de un encuentro en el que Pilar y Lucho Jensen, un matrimonio de educadores chilenos con décadas de experiencia, reflexionaban con sencilla maestría sobre la educación familiar, la sobremesa, y también sobre los desafíos de reproponer hoy la belleza de los vínculos libres y duraderos en un ambiente cultural que va en contra o niega esta posibilidad.
Cuando alguien quiera estudiar el fenómeno, probablemente acuda a las estadísticas, por tantos matrimonios, tantos divorcios, de tal grupo etario, de la ciudad o del campo, etcétera. Pero detrás de estas estadísticas, está también lo que conviene registrar en un papel y lo que conviene esconder bajo la alfombra. Entonces, ¿qué reflejan de verdadero y realista las estadísticas?
Un compañero comentaba en el almuerzo cómo se sentía en ciertos grupos de extremistas padres de colegio la presión para que sus hijos fueran destacados con menciones de honor. Parece hasta más importante que estudiar y comprender el ser reconocido con la etiqueta de exitoso. En el otro extremo están los que proponen dejar de competir, así nadie se lastima al conocer el resultado, pero ¿y los talentos que deben ser trabajados y el esfuerzo que debe ser reconocido?...
Mientras, en la tele, más gente de farándula y de varios sectores no partidarios se lanza a la política. ¿Tanta gente con vocación de servicio? El 70% del presupuesto de gastos de la nación va a parar a salarios y llegan más al barco. Recordé las expresiones de un sencillo funcionario: “Se pasan muchas cosas, el sueño es el nombramiento y luego la categorización, solo hay que aguantar cada tanto al nuevo jefe de turno que casi siempre viene con su amante y amigotes de séquito”.
¿Cuál es la relación entre estos sucesos? La letra. La letra muerta. El mundo se ha vuelto, en jerga paraguaya, el sitio ideal para los letrados y letraditos. No los instruidos, sino los que saben cómo hacer figurar las cosas, los vivos y pitucos que viven a costa de saber envolver el error, la tranza, la culpa y la herida en papel bien prolijo. Y sobre la letra muerta un discurso repetido hasta el cansancio.
La moral del pensamiento líquido se diluye en las apariencias de lo políticamente correcto. Paradoja: “No hay lugar para los débiles” con convicciones personales fuertes, para los que sostienen con su apego a la realidad al resto que deambula en sus islas individualistas o en un cinismo disfrazado. La nueva lección para los chicos: “Hay que ser letrado, mi hijo”.