En 1937, Jorge Luis Borges escribió una vindicación de María, la popular novela de Jorge Isaacs. De paso, nos legó una no intencionada síntesis de la relación entre lectura, clase social y tiempo. “Ayer, el día veinticuatro de abril de 1937, de dos y cuarto de la tarde a nueve menos diez de la noche, la novela María era muy legible”, anotó. Si bien esa fecha cayó un sábado, disponer de casi 7 horas seguidas para leer un libro no suele ser común en las clases trabajadoras. No cuentan con ese tiempo (si lo tienen, otras son las prioridades) y menos de manera ininterrumpida. Solo cinco años antes de la jornada sabatina de Borges, la clase obrera argentina accedió al llamado sábado inglés: trabajar ese día solo hasta las trece horas. Borges, sin embargo, podía elegir las horas dedicadas a la lectura (y la escritura). Trabajaba como director de bibliotecas y articulista.
En un coloquio sobre su obra en una universidad de los EEUU, Augusto Roa Bastos fue preguntado por una señora a qué hora del día escribía (lo que podría determinar a qué hora leía). “Los fines de semana”, respondió. La mujer volvió a preguntar, extrañada: "¿Por qué elige solo los sábados y domingos?”. El autor de Contravida explicó que él no elegía los días, sino al revés: los días lo elegían, porque el resto de la semana debía trabajar. Su escritura no era un trabajo en el sentido industrial, ni siquiera artesanal. A pesar de que recién en los años 60 se dedicó a la docencia y a la escritura de guiones, actividades análogas a la lectura, durante 20 años Roa tuvo trabajos proletarios en Buenos Aires, e incluso durante el tiempo que fue docente y guionista no podía prescindir de ellos para su subsistencia.
El estadounidense Richard Ford muestra una tercera veta, la de la herencia de padres obreros: “Quizá mi aparente actitud de flojera [para la escritura], provenga del hecho de haber tenido padres de clase obrera que trabajaron como esclavos para que yo pudiera tener una vida mejor que ellos, para que no tuviera que trabajar tanto, y mi vida es justamente un tributo a su éxito”, dice en Flores en las grietas (Anagrama, 2012).
Leer (o escribir) de dos y cuarto de la tarde a nueve menos diez de la noche suele ser un acto cotidiano para quienes trabajan en ello para vivir, o para quienes, por el contrario, no necesitan precisamente trabajar.