Cohen, que murió el jueves último, fue el trovador de la melancolía y emergió como la voz sublime y espiritual de su generación, tan grave que podía ser cálida o abismal, seductora o desgarradora.
Conocido como cantante y compositor, Cohen entró a la industria musical relativamente tarde y fue primero un poeta, una solitaria vocación que encajaba en la personalidad tímida y frecuentemente deprimida del joven de Montreal.
Cohen, que luchó contra su pánico escénico incluso en la cima de su carrera, grabó temas más críticamente aclamados, aunque no siempre comercialmente lucrativos del siglo XX, incluidos So Long, Marianne y Suzanne, inspirados en dos de las muchas mujeres que fueron sus musas, además de la frecuentemente interpretada Hallelujah.
Su mánager anunció en Facebook su partida y su funeral será privado, en Los Ángeles (EEUU). Nacido en el seno de una familia judía que fundó sinagogas en Canadá, Cohen fue celebrado como gran literato en su país natal, pero pasó su vida adulta constantemente en movimiento, tanto geográfica como espiritualmente. Tras el anuncio de su muerte, Montreal colocó las banderas a media asta.
Inició su carrera musical en los sesenta en Nueva York, donde alternó con artistas de vanguardia como el pintor Andy Warhol y el líder de Velvet Underground. El cantante mantuvo fascinación con lo espiritual, considerándose judío, aunque se consagró al budismo y estudió con un gurú hindú. AFP y EFE