Por John Kraniauskas *
Augusto Roa Bastos fue uno de los escritores de América Latina más serios, a nivel de la escritura y en la práctica misma. Borraba y cambiaba mucho, había un trabajo intenso con el lenguaje. Por ejemplo, el novelista Carlos Fuentes escribe bien, pero lo puede hacer más fácilmente.
En cambio, con Roa me parece que hubo más trabajo con el idioma. Yo el Supremo está lleno de vocablos rearticulados en su español, e incluso juega con el idioma, rompiendo y rehaciéndolo, según pautas de otros escritores y otras lenguas, incluso el guaraní. Yo el Supremo –de la corriente literaria del Boom Latinoamericano que nuclea a escritores como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa– es una representación paródica, humorística y crítica de la dictadura en el contexto de la independencia.
Es una novela histórica, gracias al trabajo del autor de revivir del pasado a un dictador para traerlo al presente. Allí es clave la interpretación del presente en el que escribe Roa entre el 60 y 70 en Buenos Aires, contexto en el que nace su proceso creativo, con diálogos de personajes que no coexisten, que no son contemporáneos, emergiendo así su ficcionalidad.
Roa hablaba de la necesidad de la segunda independencia latinoamericana. Por eso, emprende un experimento literario con la figura de un dictador, en donde se parodia al régimen de la dictadura y al escritor.
Es interesante el enfoque intenso que vuelca Roa sobre el doctor Francia, un dictador jacobino –identificable por el archivo historiográfico que maneja– que se muestra un déspota y revolucionario a la vez, siendo una aparente contradicción. Lo que se representa en la obra no es una dictadura latinoamericana al estilo Pinochet o Stroessner, o de las dictaduras de Argentina o de Brasil de los 60 o 70. Más bien, tiene algún rasgo del estilo dictatorial de Fidel Castro. En su texto, existía una combinación rara de dictaduras, pero más bien enfocada en la tradición latinoamericana del jacobinismo revolucionario, al estilo de la revolución francesa. La figura central sería una mezcla del líder francés Maximilien Robespierre y Napoleón. El primero fue un jacobino del momento más radical de la revolución francesa, que desarrolló la política del terror contra los “enemigos de la patria”, elemento usado en Yo el Supremo, que desde lo popular y supuestamente democrático es una contradicción.
Su obra se puede leer como una crítica del stronismo, ya que hay referencias indirectas a lo que ocurre en el Paraguay del 60 y 70. Por ejemplo, se habla de paulistas que invaden el este de Paraguay, y que en su versión contemporánea sería el campesinado brasileño, o de los intereses del gobierno del vecino país sobre el Paraguay. Hay momentos fantásticos que evocan dictaduras contemporáneas. También se contradice la dictadura con la revolución social. Se puede concluir que Yo el Supremo es una novela increíblemente compleja, con un intenso trabajo del lenguaje, pero quizás más importante es su labor sobre el archivo historiográfico.
(*) Británico. Doctor en literatura latinoamericana. Profesor de la Birkbeck College de la Universidad de Londres. Hizo su tesis doctoral sobre Yo el Supremo. Extracto de entrevista a ÚH.