Pasaron las 16 horas del viernes 10 de junio, y en el Penal de Tacumbú, el más grande del país, se iniciaba una misa presidida por monseñor Edmundo Valenzuela en memoria de las 6 personas –según los datos oficiales– que murieron en el incendio que afectó al sector del sótano y a otros pabellones de la penitenciaría.
El frío se hacía más intenso a medida que caía la tarde. La Dirección de Comunicación del Ministerio de Justicia había denegado el acceso a la prensa para participar del oficio religioso, argumentando cuestiones de seguridad.
Ante la insistencia de los colegas, se negoció la propuesta de dejar ingresar por unos minutos a los cronistas, camarógrafos y reporteros gráficos, hasta que terminara la homilía. La consigna era salir rápidamente al dejar de predicar el arzobispo.
Terminada la negociación, la fila de comunicadores ingresó al penal, pasando indefectiblemente por lugares donde están los más pobres de la cárcel: los pasilleros.
Mientras apuraban el paso para llegar hasta el templo, por los costados veían a cientos de personas tiradas en el piso, tapadas con frazadas raídas para combatir el frío. “El miércoles (8 de junio) hice la visita al penal, entrevisté a los reos y se quejaron de que con esta temperatura no pueden dormir sobre diarios y en la intemperie”, afirmaba Ana María Llanes, jueza de Ejecución Penal, quien sostiene que son 700 los reclusos que viven en estas condiciones.
Sin embargo, el director de Establecimientos Penitenciarios, Artemio Vera, contradijo a la magistrada, afirmando que son alrededor de 100 los reclusos que no tienen un techo donde cobijarse, debido al hacinamiento.
Vera agregó que estas personas privadas de libertad están en ese lugar por dos razones: una es la superpoblación del penal y la otra es que las mismas no son aceptadas en los demás pabellones porque roban las pertenencias de sus compañeros.
“Depósito de humanos”. La jueza Llanes criticó duramente la gestión del Ministerio de Justicia, encargado de velar por las condiciones en que son recluidas las personas que ingresan al sistema penitenciario; sobre todo cuestionó los escasos resultados a la hora de distribuir el presupuesto que le es otorgado. “Los reos que tienen frazadas la tienen de donaciones, y las donaciones se dan a hogares de beneficencia, y lo dice la ley, no a penitenciarías. Estos hombres están totalmente carentes; están tirados a su suerte. (Tacumbú) es un depósito de humanos; existen pruebas fehacientes de ello”, disparó con vehemencia.
De acuerdo a la apreciación de la fiscala Liliana Zayas, de la Unidad de Derechos Humanos del Ministerio Público, la población de la cárcel más grande del país es altamente vulnerable en sus derechos humanos. Zayas aseguró que pedirán informes acerca de las formas en que son recluidas estas personas.
Monseñor Edmundo Valenzuela concluyó su homilía, donde recordó al guardiacárcel Blas Gaona, que murió en el incendio, destacando su heroísmo; también mencionó a los cinco reclusos que igualmente perdieron la vida.
La Dirección de Comunicación ve que ya es el momento de salir. “Vamos rápido”, dice el director de Comunicación a Fernando Calistro, reportero gráfico de Última Hora, que apunta con la lente de su cámara hacia los reos; le insisten en apurar la marcha, pero Calistro dispara su cámara una y otra vez, retratando parte de la realidad que el Estado intenta ocultar.