Este mes en que se cumple el centenario de Camilo José Cela, no quiero dejar pasar una reflexión salida de la primera novela del escritor, La familia de Pascual Duarte (1942), obra que inaugura toda una nueva etapa en la novelística española.
“Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y, sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte”. Así inicia Pascual Duarte su trágica narración. Como en estas primeras líneas, habrá otras donde el protagonista se remitirá constantemente a la fuerza del destino, aquel hilo que lo estira irremediablemente a cometer actos que él en su fuero íntimo no quiere.
En todos los análisis críticos hechos a esta célebre novela, el acento al papel que el sino juega en la vida de los personajes llama siempre la atención. “Dentro del cerco hostil que lo rodea parece perseguirlo un fatum trágico que causa sus desgracias”, indica Ana María Platas.
Tal creencia en lo teleológico está tan arraigado en la mentalidad y es imposible leerlo sin extrapolarlo al imaginario que históricamente nuestra región latinoamericana y, en especial, la paraguaya. Nacemos y se nos da a entender que la condición sociocultural en la que nos desenvolvemos es lo que por naturaleza nos pertenece. Y aunque hubiese un grandilocuente discurso que nos anima a salir de tal situación por nuestras propias fuerzas, por otro lado existe otro contradictorio, soterrado, pero no por eso menos fuerte que nos dice que nuestra pobreza nos define y determina, que siempre habrá miserables como necesariamente habrá felices.
La oprimida conciencia de Pascual Duarte es la de muchos paraguayos, en especial aquellos caídos en la delincuencia, que están convencidos que no tenían otra opción más que delinquir, pues su clase social está para eso. “Los de su propia sangre emergen de un medio en el que la indigencia y la falta de cultura suponen un cerco insalvable de rudeza y primitivismo” (Platas).
Cela afirma que su Pascual Duarte es un personaje que no debe imitarse. Los especialistas consignan que predicar con el antiejemplo es un constante del género picaresco del cual Cela es firme tributario. Lo mismo podemos decir de la idea de un destino que nos marca. No hay tal cosa, y aunque haya toda una sociedad que nos diga en un doble discurso que no podemos escapar de nuestra condición social, debemos seguir con el desafío de desarraigar de nosotros tal idea funesta y mentirosa que lo único que pretende es la conservación de ciertos privilegios de una clase social por sobre otra a la que se mantiene convencida de que su lugar en la historia y en la sociedad está escrita en los cielos.