Los paraguayos hemos aprendido que, en política, no hay corrección sin castigo. Y, desde luego, en la democracia no hay corrección sin castigo: No se endereza el rumbo del Estado votando de nuevo por aquellos que defraudaron la confianza pública, sino votando contra ellos, para que ellos aprendan que no se puede mentir impunemente, y para ver si hay otros que son mejores.
Hace cinco años, Horacio Cartes y la Asociación Nacional Republicana (ANR), que él había conquistado, alimentaron esa idea simple mencionada al principio y nos pidieron a nosotros, el pueblo, castigar a un gobierno que mostró episodios de corrupción que una sociedad no tiene por qué tolerar.
Cientos de miles de paraguayos le creímos a Cartes y votamos por él porque nuestro voto expresaba el castigo a esos episodios de corrupción y la esperanza de que los mismos no se repetirían.
Cinco años después sabemos que Cartes nos mintió en todo momento y desde que puso sus ojos sobre el Estado, el suyo fue un gobierno planificado, como muy bien lo recordaba Nicanor Duarte Frutos, para que el Grupo Cartes y sus amigos se apoderen de la mayor parte de los negocios públicos de modo totalmente irregular, como lo demuestran la entrega del puerto de Concepción o el denominado superviaducto, por citar solamente dos de los cientos de ejemplos con que golpearon al pueblo paraguayo.
Todos los índices sociales de nuestro país muestran de manera constante y uniforme que el fruto de semejante modo de administrar la cosa pública es lamentable. Creció el desempleo, se deterioró el empleo, aumentó la pobreza, se estancó el crecimiento de la clase media, se ensanchó la brecha entre ricos y pobres, se empantanó la inversión genuina, estamos últimos en educación, en internet, en salud, en infraestructura y estamos primeros en corrupción.
Cartes y sus aliados no muestran señal alguna de arrepentimiento. Incluso después de la soberana derrota electoral que les propinaron los afiliados a la Asociación Nacional Republicana, el pasado 17 de diciembre, mantienen su discurso hasta la mínima coma y en las últimas semanas han convertido esa derrota en una victoria al cooptar para su proyecto al vencedor de esas elecciones, Mario Abdo Benítez, quien ahora aparece como defensor de aquello que fue tan claramente rechazado por quienes le votaron.
Marito eligió ser el candidato del cartismo, en lugar de ser el vencedor del cartismo. Marito prefirió a Víctor Bogado, a Óscar González Daher, a José Ortiz, a Francisco Barriocanal, a Osvaldo Salum, a Juan Carlos López Moreira, a Ramón Jiménez Gaona antes que a la gente decente que votó por sacarlos del poder. Ahora ya incluso, emulando a Cartes, amenaza a los débiles y es muy blando con los corruptos.
No se puede combatir la corrupción con los corruptos. No se pueden frenar los negociados con sus beneficiarios. No se puede destruir un modelo perverso con sus integrantes. Es imposible. Nunca ha ocurrido y jamás ocurrirá por la sencilla razón de que el interés personal de los corruptos, de los beneficiarios de los negociados, de los integrantes del modelo perverso es que aquello que les permite ser quienes son permanezca y continúe.
Consecuentemente, el panorama electoral se decanta, una vez más, entre elegir la continuidad del cartismo con Marito, o sacar al fracasado “modelo Cartes” del poder de una buena vez.
No hay puntos intermedios. El 22 de abril debemos elegir entre estar cerca de Cartes y lejos del pueblo, o cerca del pueblo y lejos de Cartes.