Hubiera sido una soberana insensatez elegir un nuevo rector de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) en momentos en que el proceso de cambio liderado por los estudiantes aún no cuenta con un perfil definido de lo que será esa institución.
Si algo quedó muy claro en todos estos días es el rostro oscuro de la universidad pública. Por eso hoy se sabe lo que la UNA nunca más debiera volver a ser: un próspero feudo de la corrupción.
Para llevar adelante su plan de empoderamiento completo, el rector Froilán Peralta y sus leales montaron un estatuto a imagen y semejanza de sus apetencias personales. Las reglas de juego fueron dictadas por ellos para que sirvieran a sus propósitos. Pensaron que adquiriendo carácter de legalidad sus abusos de poder, el camino del cielo ya estaba ganado.
No fue, sin embargo, así. Lo que idearon para que fuera su tabla de salvación cuando las aguas subieran turbulentas y amenazantes, fue también lo que les ahogó.
Al faltar la legitimidad de origen que dan lo racional, la ética, el respeto al bien colectivo, el respaldo de la excelencia académica y el sentido de justicia, tarde o temprano el aparentemente inexpugnable castillo montado al amparo de la autonomía universitaria, se hizo añicos en apenas un año.
Allí están los resultados de lo que no tiene que repetirse: concentración de poderes, profesores analfabetos, planilleros, sueldos de privilegio y otras situaciones cortadas por la misma tijera de los sinvergüenzas.
Así como el veterinario Peralta moldeó las normas según su plan para la UNA, este es el momento del debate lúcido para ir dibujando el proyecto de lo que tendrá que ser la UNA en los años que vienen.
Tendrá que ser una universidad al servicio del país, con docentes brillantes nombrados por concursos periódicos de cátedras y no por el poder de sus padrinos, donde la excelencia académica traducida en contenidos contemporáneos e investigaciones solventes, sean sus credenciales incuestionables.
Los filibusteros políticos que convirtieron el Rectorado y las facultades —salvo excepciones— en seccionales tienen que ser erradicados para dar lugar a autoridades respetadas por su sapiencia académica y su honestidad con un aval ético indiscutible.
La UNA del futuro se plasmará en el nuevo estatuto que dará el perfil del rector que ha de liderar los pasos graduales de un cambio verdadero.
Elegir al rector sin ese presupuesto hubiera sido una traición a la causa de los estudiantes.