20 abr. 2024

Mentira cartesiana

Por Mario Rubén Álvarez – alva@uhora.com.py

Mario Rubén Álvarez

Mario Rubén Álvarez

Aunque el discurso del Gobierno se llena la boca con lo contrario, la agricultura familiar no pasa de ser solo un espectáculo que cada tanto se monta para los medios informativos crédulos.

Los mboriahu ryguatã de los que mucho tiempo se jactó el Paraguay porque cada familia contaba con su chacra —maíz, mandioca, maní, poroto, arveja, caña dulce y, durante muchos años, tabaco, algodón y naranjo agrio para la producción de esencia de petit grain— de autoconsumo e ingresos por temporadas, hoy pertenecen al libro de los recuerdos.

Los campesinos a los que no les faltaba la comida en la mesa y cuando sus hijos iban a la escuela o al cuartel conseguían dinero de su patrón a cuenta de algodón, tabaco o esencia, sin necesidad de vender su lechera, su kure kyra o sus gallinas, ya casi no existen. En cada compañía tal vez basten los dedos de las manos para contar los que, a pesar de todo, mantienen las estrategias de vida que hoy están en situación de ceniza.

Desde luego, hoy el campo no es el mismo de tan solo 20 años para atrás.

El progreso traducido en más rutas de acceso a las ciudades, mayor cantidad de jóvenes escolarizados durante más años sin necesidad de salir de sus comunidades, disponibilidad de bienes de consumo a comprar de los almacenes que se han ido convirtiendo en pequeños supermercados locales —con provisión de mercaderías en puerta—, ha ido urbanizando aceleradamente el área rural.

Las motocicletas y el celular han matado el idílico slow life —vida lenta, apacible— otrora tan apreciado por extranjeros que viven en la vorágine de ciudades que se mueven a velocidad de autos de Fórmula 1.

Lo que ayer era caminar una legua —5 kilómetros— en una hora, ahora o es instantáneo (por teléfono) o lleva solo siete minutos yendo a velocidad sensata.

Lo que se come ya no es el ryguasu casero, el vorivori, kumanda, so’o apu’a, mbeju, manduvi, jopara y mbaipy, sino que se basa en el arroz y el fideo que no exigen elaboración previa y en media hora humean sobre la mesa.

Esa transformación de la vida campesina con necesidades reales y ficticias (creadas por la televisión, incluso la que llega por cable mediante abonos mensuales), sin embargo, sigue funcionando con una economía de lampíum, lámpara mbopi, velas y, como máximo, de sol de noche.

Hay cosas para comprar, pero no dinero. ¿Trabajo dignamente remunerado? Tampoco. ¡Muchos comercios pagan 500.000 guaraníes mensuales a sus empleados/as!

¿Agricultura familiar? Solo palabras. Lo que hoy abunda son los mboriahu apî. De ellos, Cartes y Baruja ni se acuerdan.

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