Teletón, por ejemplo, transmite con mucha fuerza un mensaje de unidad nacional en pos de un objetivo muy noble y deseable para cualquier sociedad como es la inclusión.
Para ello, apela a la solidaridad elaborando un mundo simbólico en el cual todos somos invitados a participar de manera a combatir a su principal enemigo, que es precisamente la indiferencia.
Para transmitir ese mensaje tan positivo logra el concurso de varios editores, que son los líderes de opinión en nuestra sociedad, personas que utilizan la fuerza de la palabra y el discurso para invitar a todos a soñar, a mirar un futuro diferente en el tema de la inclusión y movilizarse en aras de un objetivo.
Por supuesto que no todo se agota en las palabras y los discursos. Posteriormente las acciones concretas de Teletón y los resultados que muestra ayudan a fortalecer el mensaje y sobre todo a darle mucha credibilidad.
Pero sin la fuerza de las palabras, de los transmisores y del mensaje, no se podría lograr todo lo que se logra.
Traigo a colación esta reflexión en la semana de Teletón, para contrastarlo con lo que penosamente ocurre con gran parte del discurso político en las últimas semanas.
El discurso político que proviene de líderes que tienen la gran responsabilidad de conducir las riendas del país es de enorme importancia para transmitir el tipo de ideas y valores que se espera que los ciudadanos asuman y compartan.
Por ello, cuando escuchamos mensajes como el tema de las afiliaciones partidarias como requisito para el ejercicio de la función pública, estamos invitando a la sociedad a mirar hacia atrás. Y nada menos que hacia un pasado que creíamos superado hace tiempo.
O cuando escuchamos repetidamente discursos de barricada, de directa confrontación personal –no de ideas o propuestas–, es también una invitación a una forma de ver y entender la vida que no ayuda a construir algo superador.
Por su propia naturaleza, el campo político es el ámbito en donde se discuten precisamente las ideas de sociedad que pretendemos y en el marco de la diversidad de pensamientos. Razón por la cual es natural que se agiten las pasiones y fácilmente podamos desbordarnos.
Pero es también una responsabilidad de los líderes de opinión de la política elevar constantemente el nivel del debate, tanto en sus formas como en sus contenidos; porque sencillamente esto construye un imaginario colectivo que puede estar más anclado en el pasado o mirando hacia un futuro diferente.
El Paraguay viene pasando por un interesante proceso de transformación social, económica y cultural y en todos los ámbitos tenemos ejemplos fabulosos de estas realidades que nos muestran un país en evolución constante e incluso acelerada.
Sin embargo, se percibe una brecha muy grande entre la política y la sociedad, aunque esta afirmación parezca imposible, pues la primera es precisamente consecuencia de la segunda.
Me refiero a esa separación cada vez mayor entre el discurso político predominante y la dinámica de una sociedad que en diversos sectores quiere caminar más rápidamente hacia la modernidad, aprovechando las enormes oportunidades que tenemos como país.
Lastimosamente el discurso político genera tantas veces un ruido innecesario y una suerte de neblina espesa en donde es mucho más complicado avanzar.
Y tal vez lo peor es un discurso que no genera la suficiente atractividad para que los jóvenes capaces se sientan más animados a participar activamente en la política y en la función pública. Al contrario, tiende a ahuyentarlos.
Definitivamente, la innovación que tanto necesitamos y esa mirada hacia el futuro requieren de una narrativa diferente. Los líderes políticos tienen que asumir su responsabilidad.