Norman Mailer, en Los ejércitos de la noche, explica la guerra de Vietnam como la querella entre dos grupos de la élite política y económica de los Estados Unidos. Uno anticomunista inclemente; el otro un poco menos. Solo tenían diferentes intereses estratégicos. El novelista estadounidense describe esa lucha como las tensiones entre los halcones y las palomas.
Los halcones, por regla general, carecen de sentido del humor. Nada parece preocuparles. Cierto halo de impunidad rodea sus actos. Explotan dos “argumentos” sólidos: su pragmatismo, que azuza y aprovecha el miedo de la gente, y su gran poder económico, relacionado con negocios de la industria de la guerra (o con poderes fácticos). Lo manejan todo con despiadado sentido militar.
Las palomas, a veces, “picotean la simiente de cada argumento” de los halcones. Solo picotean. En ocasiones, a cada uno de los esgrimidos por estos, aquellos ofrecen una crítica mínima –apenas de matiz, aunque parezca de fondo– que vuelca a su favor a la opinión pública. No pocas veces mueven a las masas en el sentido de sus aspiraciones, con sus consignas subrepticias acechando las de los ciudadanos. Estos sienten el falso fuego de una transformación social demasiado fugitiva. Pero también suele pasar que las palomas están divididas. Con un suave gusto por lo grotesco en la dinámica de sus conflictos intestinos, agregaría. En esa guerra particular se desangran. No es raro ver que palomas, otrora tolerantes, se pasen al bando bélico de los Halcones y persigan a sus viejos aliados.
No consta que Mailer, fallecido hace diez años, haya previsto que una de esas Palomas convertidas en Halcones sería el 45° presidente de los Estados Unidos.
“Los halcones eran relamidos y virtuosos; las palomas eludían el verdadero problema”, escribe Mailer en 1968, como si describiera las piezas de un tablero de ajedrez actual en el que se discute una antigua partida.
Hay un tercer grupo: las avispas. Son las corporaciones, las empresas detrás de la política y la economía.
Ahora creo entender por qué el escritor, ilustrador y músico Chester Swann (1942-2012) me insistía para que leyera el libro de Mailer. Escrito como una “novela no ficticia”, Truman Capote recordó con perfidia –en el implacable prefacio de Música para camaleones– que Mailer había considerado al híbrido “un fracaso de la imaginación”. Después incurrió en ese “fracaso” que le hizo ganar mucho dinero, el National Book Award y el Pulitzer.
A pesar de las obvias diferencias de fondo y forma que hay entre halcones y palomas de Mailer y los autóctonos del escenario político paraguayo, la certeza de que la versión nacional escenifica la misma batalla entre las élites que se disputan –cíclicamente y no sin violencia–, la dirección del Estado, es lo que sospecho que Chester quería señalarme. “Con una diferencia”, diría el cáustico Swann: “En Estados Unidos no hay Embajada de Estados Unidos”.