“Ando buscando un verso que se siente en medio de los hombres. Y tan chulo, que mire a Tachia descaradamente”, escribió Blas de Otero en 1958. Había conocido a Tachia seis años antes. Él mismo le había puesto ese nombre. Inevitablemente, se enamoró de su perfil existencialista. Pero el poeta bilbaíno terminó por abrumarla con su carácter impredecible, por lo que esta mujer nacida con el nombre de María Concepción Quintana huyó a París a estudiar teatro y malvivir.
Allí, una noche de marzo de 1956, conoció a otro malviviente. Era un periodista colombiano que usaba un bigote que desagradaba a la vasca. Era extremadamente flaco y muy arrogante. Se llamaba Gabriel García Márquez. A pesar de considerarlo un tanto “despótico”, Tachia comenzó una relación con él. El joven narrador, apenas tres semanas más tarde de haberla conocido, recibiría la noticia del cierre del periódico del cual era corresponsal.
Tachia dividía su tiempo entre la diminuta pieza de García Márquez en el Hôtel de Flandre y la suya en la rue d’Assas. Vivían a salto de mata, de prestado, como James Joyce y Nora Barnacle en Trieste. Para colmo, una noche en que paseaban por Champs Elysées, ella tuvo la revelación de que estaba embarazada. Cuatro meses y medio después, y luego de volcánicas disputas cotidianas en la pobreza, Tachia tuvo un aborto. Aquél amor se había terminado. Peinada a lo garçon, como la viajera que quiso enseñarle a besar a Joaquín Sabina en la Gare d’Austerlitz, ella se fue de París, desde esa misma estación, en diciembre de 1956. Volvería al círculo áulico de Blas de Otero, para inspirarle el poema de 1958.
García Márquez no se quedaría solo. Tenía consigo el embrión de una novela. Como reveló Gerald Martin en Gabriel García Márquez. Una vida (2008), Tachia Quintanar le había dejado –con la experiencia de la miseria compartida, la de una pareja que esperaba la llegada de una pensión redentora– la génesis de la novela más lacónicamente triste que escribiría: El coronel no tiene quien le escriba. El novelista nunca hizo referencia a aquella mujer como motor de su obra de 1961. “Bueno, eso pasó”, le dijo vagamente a Martin en 1993, cuando este le consultó por Tachia. Ella todavía vive con 87 años, los mismos que tenía García Márquez cuando murió, el 17 de abril de 2014. "¿Podemos hablar del tema?”, insistió el biógrafo aquella vez. “No”, respondió tajante el escritor. Casi tan categórico como su coronel, quien ante la pregunta de su atribulada esposa, "¿Y mientras tanto qué comemos?”, respondió inolvidablemente: “Mierda”.