Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el mundo más del 30% de los alimentos nunca llegan a ser consumidos. Cada año, solo en la Unión Europea unas 100 millones de toneladas de productos perfectamente comestibles terminan en la basura. Yendo a casos más cercanos, en Argentina, según cifras difundidas en la Segunda Cumbre de Alimentos en 2015, anualmente se desperdician 38 kilos de comida por persona, lo que termina siendo una cifra global alarmante.
Es decir, fuera de toda lógica, en diferentes países, millones de toneladas de comestibles en condiciones de reutilizarse se desperdician por motivos diversos, mientras que millones de seres humanos sufren el hambre y la desnutrición. Un contrasentido.
En Paraguay no se tienen datos y estadísticas al respecto, pero se sabe que tirar comida a la basura es una práctica común en establecimientos gastronómicos, centros de distribución y comercialización, así como en las mismas casas.
Por ello, vale celebrar las iniciativas de individuos y organizaciones sociales que buscan enfrentar este problema, como es el caso del Banco de Alimentos y la organización ProAsunción que están próximos a lanzar las Heladeras Sociales en bares y restaurantes. Allí se depositarán los excedentes de comida –según determinados criterios–, que quedarán a disposición de personas sin hogar o para instituciones de beneficencia. Un aprovechamiento lógico y necesario.
En Francia, Italia y actualmente en Uruguay, se impulsan leyes que obligan a los grandes comercios a donar la comida que no se vende, impidiéndoles arrojar alimentos utilizables y en contrapartida otorgándoles incentivos fiscales. Propuestas similares no vendrían mal en Paraguay, donde existen un millón y medio de personas en situación de pobreza, y cerca de 700.000 en extrema pobreza, según la STP.
Las iniciativas solidarias enriquecen a una sociedad, pues no solo socorren a personas con necesidades urgentes o extremas, sino que también llaman la atención sobre la existencia del “otro”, del semejante que muchas veces pasa desapercibido.
Las Heladeras Sociales, así como los percheros solidarios instalados en las veredas, para que la gente lleve la prenda que necesita, son señales positivas en un tiempo marcado por el apuro, la preocupación exclusiva por el propio bien, la desconfianza y la frialdad de las relaciones humanas. Además de fortalecer las políticas públicas al respecto, también es válido acompañar iniciativas basadas en la solidaridad, que revalorizan una exigencia humana profunda, y pueden convertirse en mecanismos válidos en la lucha contra la pobreza y el hambre.