La semana pasada presentaron el anteproyecto del Plan Nacional de Educación Intercultural Bilingüe, que busca la enseñanza en los dos idiomas oficiales. Suena necesario e ideal. Pero una expresión y un diagnóstico del escritor y miembro de la Comisión Nacional de Bilingüismo, Ramiro Domínguez, atrajo mi atención. “Nilingües” dijo que somos los paraguayos, refiriéndose a que no hablamos castellano ni guaraní “correctamente”. “Cada lengua tiene sus características propias que tienen que ser respetadas”, insistió.
Yo diría que somos “nilingües” en otro sentido: ni la pureza del castellano ni la pureza del guaraní. Tengo la impresión de que a veces no basta con llorar la pérdida de lo inmaculado en una lengua, sino que también hay que atacar lo que esa lengua hace para sobrevivir. A veces, mezclarse. Supongo que es esa mezcla incorregible la que molesta a ciertos lingüistas, tanto del castellano como del guaraní.
Disiento con Bartomeu Melià y con Augusto Roa Bastos en este tema, quienes llegaron a hablar del jopara como de dos lenguas unidas “contra-natura” (la expresión es del autor de Yo el Supremo). Además de poco científico, el argumento es prejuicioso. No hay lengua cuya estructura disímil de otra, en su convivencia diaria, que no permita una hibridación semántica.
Más allá de las academias, el y la hablante hacen y deshacen todas las lenguas con su uso. El poeta inglés T. S. Elliot hablaba de la “música de la conversación” cuando escuchaba a los ingleses. Es esa música, pero de dos lenguas unidas, la que escuchamos todos los días en el habla. No el castellano ni el guaraní perfectos. Es la manera en que el y la hablantes generan sentido y se hacen entender.
A fines de la década del 80, el antropólogo Renato Rosaldo incluyó en su libro Cultura y verdad la reconstrucción del análisis social, un ensayo revelador sobre la poesía en spanglish escrita por mexicanos y estadounidenses en Chicago.
En Paraguay ese ejercicio hablado y escrito de dos lenguas coyuntadas lleva siglos. Hay “clásicos” de la poesía en jopara y en jehe’a, así como los hay en “castizo” castellano y “castizo” guaraní.
Deberíamos agradecer tanta riqueza expresiva, no perseguirla.
Para una “policía de la lengua”, el brillante neologismo “nilingüe” de Domínguez sería incorrecto. Pero por acá apreciamos el aporte vivo de la “incorrección” y no es que nos guste mucho la policía.