25 abr. 2024

La respuesta a la toma

Enrique Vargas Peña

No voy a entrar en la cuestión de la toma de colegios, sino en la respuesta que la misma está generando en el cartismo y en sus cómplices (esos que lo justifican repitiendo: “No soy cartista, pero Cartes hace cosas buenas”).

Esa respuesta se articula sobre dos bases; primera, toda crítica al gobierno cartista tiene “una motivación política"; segunda, los críticos al gobierno cartista no tienen derecho a hablar.

La primera base, usada en esta ocasión por Enrique Riera, surge de la idea autoritaria, reaccionaria, según la cual la política no es una actividad legítima y lo que esté motivado por ella es subalterno y desechable.

Parece hay que volver a enseñarle a Riera los rudimentos de la democracia. Política es el interés en los asuntos de la polis (ciudad o, en términos modernos, Estado). Si la polis es una democracia (demos, pueblo; cratos, gobierno), la política es asunto de todo el pueblo, o de cualquier parte de él.

En las democracias la política está abierta a todos y cualquiera puede abordar los asuntos públicos de su interés. En democracia, ministro, la motivación política se supone, es inherente al sistema, es un derecho de cada miembro de la polis, del Estado. Siempre es legítima, no está entre los poderes delegados a los gobernantes discutir la motivación de cualquiera a cuestionarlo.

Pero además, en las democracias, cuestionar al gobierno con motivación política y con intención política es una necesidad sistémica pues el cuestionamiento, la crítica, es la que permite a los miembros de la polis tomar decisiones fundadas sobre las correcciones que estimen convenientes.

Para entender la peligrosa, autoritaria, reaccionaria idea de la que Riera es vocero basta imaginar por un instante que los demócratas norteamericanos no pudieran cuestionar a Donald Trump o que no hubieran podido investigar a Richard Nixon. O imaginar qué tragedias se pudieran haber evitado si los alemanes hubieran podido cuestionar a Hitler.

Efraín Alegre o Marito Abdo tienen legitimidad plena para hablar de la toma de los colegios y también para aprovecharla en crítica al Gobierno, para hacer ver cómo Cartes mintió sobre educación como miente en todo lo demás.

La segunda base, expresada por Eduardo Felippo, presidente de la Unión Industrial, surge de la idea fascista, clásica y definitoria del fascismo, según la cual solamente los especialistas pueden hablar de su especialidad y, por tanto, los estudiantes no pueden hablar de presupuesto de Educación.

Benito Mussolini definió al fascismo: El Estado Corporativo, en el sentido latino, romano, del concepto “corporación” que nada tiene que ver con el concepto anglosajón (que se refiere a empresas). La corporación romana, y la de Mussolini, es el gremio. Por cada actividad un gremio y fuera del gremio nadie opina de la actividad del gremio.

Luego, según los fascistas, los estudiantes estudian, los ministros gobiernan y los estudiantes no se meten en el gobierno.

En democracia, en cambio, desde Solón pero especialmente tras la Carta Magna inglesa, todos pueden opinar sobre todo, más si con sus impuestos contribuyen a la existencia, sostenimiento y funcionamiento del gobierno.

La respuesta del cartismo y sus cómplices a la toma de colegios los desnuda una vez más, confirmando su desprecio hacia el sistema democrático y su autoritarismo inveterado, muy próximo al fascismo.