Mientras aún velamos a los ismos diversos paridos entre los siglos XIX y XX, con la fuerza de críos malcriados, aparecen los balbuceantes pos. Así empiezan su andadura por este mundo: el posmodernismo, la postsexualidad y la posdemocracia. Aunque aún están medio tibios los cadáveres del comunismo, liberalismo y otros ismos consuetudinarios.
La última de los recién avenidos es la posverdad. El año pasado el Diccionario Oxford lo calificó como el neologismo del 2016. Ellos explican que la palabreja alude a “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
En síntesis, extendieron el certificado de defunción a la verdad; desde ahora la verdad es aquello que creemos que es verdad, y nada más. Los hechos objetivos que influencian sobre el racionamiento han perdido todo valor, solo existe lo que sentimos o lo que refuerza lo que ya creemos. Descartes murió.
En la política es donde la posverdad ha tomado carta de ciudadanía. Se acabó eso de “miente, miente, que algo quedará”. Ahora impera el más cínico: “di que es verdad, que lo demás no importará”.
Las elecciones de los EEUU y el mentado brexit son los dos modelos globales en donde se aplicó esta nueva teoría de comunicación sociopolítica. En ambos casos la mentira se disfrazó de delirio. Sutilmente adosada con altas dosis de paranoia conspiraticia cuasi infantil.
La posverdad tiene su caldo de cultivo en situaciones extremas de alta polarización política. Los matices que suele captar una inteligencia mediana o por encima del promedio se pierden y comienzan a actuar mecanismos binarios refractarios a todo raciocinio. En resumen: todo se resuelve en el primitivo “me gusta o no me gusta”.
El País de España, en un material de reciente publicación, habla de sesgos cognitivos (prejuicios instalados en nuestra mente y que saltan por puro instinto) que influyen inconscientemente cuando se procesa la información política. Agrega que cuando se “pregunta sobre las contradicciones de sus líderes, los votantes partidistas activan las partes de su cerebro asociados a la regulación de las emociones, no al razonamiento”. Cita también a la sicóloga Ziva Kunda, que pergeñó el “racionamiento motivado”. Para ella: “Existen pruebas considerables de que es más probable que las personas lleguen a las conclusiones a las que desean llegar”. Los hechos solo sirven cuando refuerzan nuestras creencias. Por ejemplo, cuando los idiotas de nuestro partido insisten en violar las leyes, culpamos a las leyes por oponerse a su voluntad. Cuando el idiota es del otro partido, pedimos su decapitación pública.
Como no podía faltar, la posverdad también tiene cédula paraguaya. Hay hechos claros: la Constitución indica que la reelección no corre por enmienda, sino por reforma; y la enmienda, con la que están insistiendo, no puede tratarse en todo caso hasta agosto.
Los colorados –con la complacencia del luguismo– lo que están haciendo es violar la Constitución. Y de paso a la verdad.