Con frecuencia se pide a Dios, privadamente y en oraciones públicas en las misas, que Dios nos dé buenos gobernantes. Queremos que haya gobiernos sin corrupción que actúen honestamente, que no caigan en el clientelismo, que no endeuden al país etc..., y para que todo esto sea realidad rezamos. Pero nada más.
Propiamente la política humana no le toca a Dios. Depende de nosotros. De a quién votemos. De que antes hayamos aprobado leyes justas y no como las leyes paraguayas del TSJE que abiertamente apoyan para que un partido, que se cree ser el Estado y gana siempre en las elecciones. De que organizadamente los que queremos buenos gobiernos nos hayamos unido todos para poder ganar.
Aquel dicho de que “cada país tiene el gobierno que se merece” es verdadero. No en el sentido de merecimiento, sino en el que cada gobierno lo hacemos los seres humanos de cada país con nuestra apatía, conciencia despierta o dormida, indiferencia o grado de compromiso político
Escribo esto y hay un pensamiento que ocupa mi mente: qué responsabilidad tenemos todos, iglesias y partidos políticos, ricos y empobrecidos, intelectuales y personas de poca educación, en este tema sociopolítico sobre quién va a ser el presidente de la Nación, los integrantes de la Corte Suprema y diputados y senadores y gobernadores de departamentos e intendentes de pueblos y ciudades. No los nombra Dios. Somos nosotros.
Entonces, ¿cuál debe de ser el tema de nuestras oraciones? Pues nada menos que el de nuestra conversión dejando nuestras obras malas (los llamados pecados) y del compromiso con las causas justas (las políticas que se refieren al bien de todos los ciudadanos). La política humana depende de nosotros. ¿Comprendemos la importancia de este pensamiento? Demasiado interesante es.