Voy a hacer una generalización argel, salvando lógicamente las excepciones que hay y de muy buena calidad. El paraguayo (incluye varones y mujeres) detesta en público el planillerismo, pero en privado añora la suerte o el privilegio de tener un currito en el Estado –central o descentralizado, departamental o municipal– sin trabajar.
Por estos días hasta el presidente de la República –Horacio Cartes– se puso a denostar en contra de los planilleros, porque hacerlo es cool y está bien visto, sin reparar en que justamente él y su gente –de su partido alquilado– son los campeones en esta práctica torcida y malparida de despojo público.
El problema no está en denunciar y cuestionar. El problema es el doble discurso, la doble moral en este asunto y el doble rasero.
Hasta en las casas uno escucha que la noticia retumba y quien más quien menos se desgañita en repudiar tal artero acto, pero el hermano, la hermana, el papá, etc., están percibiendo algún emolumento del erario público por tarea no hecha. Aquí se aplica aquello de que los otros son siempre los ladrones y corruptos. Nosotros somos honestos y educados. Ganamos con integridad nuestro dinero, y si nos dan del Estado sin esfuerzo alguno es porque nos merecemos. Jamás porque seamos corruptos o estemos haciendo lo incorrecto llevándonos al bolsillo lo que en esencia es salario para lo cual se debería hacer alguna tarea. Porque así como no se presume el trabajo sin paga, tampoco debería permitirse la paga sin trabajo, en este caso, por lo menos (?).
La presencia de los planilleros se convirtió de un día para otro en una novedad de perogrullo. Desde que Stroessner –el dictador sanguinario– puso los colmillos en el Estado, y aún antes, esta caterva existe, fagocita y regurgita oportunismo, apropiación indebida y dolo. Es toda una casta de privilegiados en algunos casos y pobres infelices en otros.
El planillerismo es finalmente el mecanismo de supervivencia de los políticos tradicionales, ya que con esos favores logran mantener un electorado casi fiel y una clientela que en tiempos electorales es pagada por el Estado –por todos nosotros– y operan de punteros partidarios en los comités y las calles.
Por tanto, todo este frente con mucha parafernalia, este ruido grande, esta campaña de inusitado combate a la corrupción y al planillerismo en el Estado, no tiene otro fondo más que eliminar a unos y entronizar a otros nuevos. Al final, la cuestión es recuperar recursos, liberar rubros, para alimentar a la clientela de turno. O sea, una vyresa.