Cuando Bernard Arnault se levanta en la mañana de París y se dispone a dirigir con el talante de Luis XIV su conglomerado de empresas, se mete en el bolsillo la llave de un casillero que perteneció a una obrera y que encontró tirado en el piso en una de sus fábricas hace muchos años. Es su amuleto, dicen quienes lo conocen. La cerradura de su fortuna se abre con la llave de los trabajadores.
El CEO de LVMH, holding que reúne marcas de artículos de lujo como Louis Vuitton, Kenzo, Dior y Givenchy, es el símbolo del capitalismo francés fashion, y uno de los hombres con más dinero del planeta. Cuando el periodista François Ruffin estrenó el año pasado su documental Merci, patron! (¡Gracias, patrón!), sobre la supresión de miles de puestos de trabajo por parte de Arnault en un pueblo de su región natal que quedó convertido en un enclave fantasmal, no imaginó que unos meses después Francia viviría la mayor ola de manifestaciones de trabajadores en años. Quienes ganan las calles desde febrero contra la reforma de las leyes laborales han tomado el documental de Ruffin como cifra de la voracidad del capitalismo cuando de maximizar ganancias a costa de los trabajadores se trata.
La reforma, que el gobernante Partido Socialista impulsa como buena socialdemocracia que gerencia la reacción programática que ni la misma derecha neoliberal se anima a promover, prevé que las jornadas laborales puedan ser de hasta doce horas según la necesidad de las empresas, que disminuya o simplemente desaparezca el pago por horas extras, que se impulse el abandono de las negociaciones colectivas para lograr contratos por empresa y, como ya lo vienen haciendo empresarios como Arnault, que sirva de base legal para que estos puedan despedir trabajadores “excedentarios”.
Las movilizaciones se dan en varias ciudades de Francia, y lo que ha sido en principio un disperso movimiento asambleario (con el sugestivo nombre de La Noche en Pie), tres meses después cuenta con la influencia decisiva de la Confederación General del Trabajo (GCT) y ha paralizado 19 centrales nucleares, dificultado el aprovisionamiento del 20 por ciento de las 12.000 estaciones de servicio del país, y bloqueado mediante camioneros varios puertos industriales y carreteras importantes. Las fuerzas políticas en resistencia apuntan hacia una huelga general, y la represión crece al ritmo de las manifestaciones.
Mientras tanto, Bernard Arnault se palpa preocupado la llave que guarda en el bolsillo. Sabe que su emporio se ha edificado mediante el trabajo de miles de personas, y que la llave del capitalismo es ese trabajo. Sabe también que esas miles de personas no se quedarán cruzadas de brazos mientras conculcan sus derechos laborales. Sabe, finalmente, que esa llave trabajadora lo mismo genera “su” riqueza como puede demandarla como legítimamente suya.