29 mar. 2024

La incómoda protesta estudiantil

Luis Bareiro – @LuisBareiro

No es que los estudiantes tengan dificultades para reclamar sus derechos sin terminar cercenando derechos de terceros; no es que a los adolescentes les cueste exigir sin insultar a quienes exigen; no es que la violencia verbal y a veces física brote con facilidad en una manifestación estudiantil; es que esas son características de toda una sociedad que todavía está adaptándose a debatir en democracia; una sociedad con demasiada bronca acumulada, siempre a punto de estallar, si no en el mundo real cuanto menos en el de las redes sociales.

La forma puede resultar incómoda, a menudo agresiva y la mayoría de las veces desordenada, pero el fondo de la cuestión es absolutamente claro y totalmente legítimo. Estamos presenciando el hartazgo de un sector de la población que finalmente tomó conciencia de la forma atroz en que se le está arruinando su futuro.

El Gobierno puede presentar todos los proyectos que quiera, pero lo cierto es que a cuatro años de gestión los colegios se siguen cayendo a pedazos, las huelgas docentes son rutina y la calidad de la educación se refleja en los catastróficos resultados de cualquier evaluación sobre cuánto aprendieron los estudiantes, y sobre sus posibilidades laborales después de doce años de proceso educativo.

Los chicos no tienen por qué comprender la magnitud ni la complejidad del problema. Reclaman cuestiones básicas, como infraestructura, insumos, comida y tecnología. En términos prácticos, esa es la parte fácil. Son parches. El problema de fondo es que todo el modelo educativo colapsó. La malla curricular, el sistema de captación y formación de docentes, la atomización de recursos con la creación de una infinidad de pequeñas y microescuelas, la insuficiencia de horas de clase.

Hoy el debate se centra en el porcentaje de la inversión pública en educación. Es un parámetro interesante, pero absolutamente insuficiente. Podríamos duplicar el presupuesto para el 2018 y los resultados serían igual de malos. Es obvio que hay que aumentar la inversión, pero la cuestión no pasa solo por cuánto gastamos, sino cómo y en qué gastamos.

Creo que debemos aprovechar la oportunidad generada por la reacción estudiantil y el año electoral para refundar el modelo educativo a partir de un pacto político y social. Hay una pila de diagnósticos dando vueltas en oficinas públicas. Hay brillantes académicos con ideas esclarecedoras sobre lo que hay que hacer con el modelo, y están los que a los políticos les gusta llamar las fuerzas vivas, los gremios de los docentes y los estudiantes.

Deberíamos iniciar en este corto plazo uno o dos congresos nacionales sobre la educación y consensuar un proyecto básico, con un calendario de reformas que se inicie con el nuevo gobierno. Un plan de cumplimiento obligatorio, independientemente de quiénes ocupen la presidencia y los curules del Congreso.

A muchos las protestas estudiantiles les pueden resultar incómodas, desordenadas y con excesos, pero es energía pura que si sabemos canalizar puede dar el empuje necesario para iniciar de una vez por todas la madre de todas las reformas. Lo demás vendrá por añadidura.