Producción: Amalia Rivas.
A los ocho años daba sus primeros conciertos de piano frente a un selecto público estudiantil. Pero a los 11 más o menos asistió por primera vez a un concierto de la Orquesta del Conservatorio Nacional y se quedó maravillado. Algo hizo un profundo clic en él, tanto que se acercó al maestro Florentín Giménez —director en ese entonces— y le dijo que quería tocar en la orquesta a toda costa, que haría lo que él le dijera con tal de ocupar un lugar ahí arriba. “Parate un poco, levantá el brazo”, le respondió él. “Me midió a ojo y me dijo que tenía que tocar la viola. Yo no tenía idea de lo que era eso, yo lo que conocía era el violín”, recuerda Ernesto algo confundido. “No, viola, vos tenés que tocar la viola, porque sos grande y tenés brazos largos”, insistió el maestro. Entonces probó. Al año siguiente, el pequeño Ernesto Estigarribia tomó la viola, practicó duro y en unos años cumplió su sueño: ser parte de la Orquesta Sinfónica Nacional. Así empezaba su relación con la música, que continúa hasta hoy en día.
- ¿En qué momento la música dejó de ser un pasatiempo para ser algo más?
- No sé si fue un pasatiempo, diría que fue parte de mi formación. Tengo la fortuna de tener unos padres que siempre insistieron en que la educación en la escuela tiene que ser complementada con otras cosas. Toda mi vida fui a una escuela pública, pero aparte me hicieron estudiar inglés, música y deportes, porque ninguna de estas tres cosas que son fundamentales en la formación integral era proveída por la función pública. Entonces la música era parte de eso, de la sensibilidad y de muchas otras cosas que la educación musical le da a uno. En el Conservatorio Nacional se nos adoctrinaba, ahí entrás y salís músico profesional a como dé lugar. Nos exigían practicar ocho horas por día, y si no, era motivo de burla entre los propios compañeros. Entonces yo crecí con esa cultura de que había que dedicarle todo el tiempo fuera de la escolaridad a la música. Yo salía con permiso del colegio todos los días porque los ensayos eran al mediodía. Y ahí yo digo que dejó de ser un pasatiempo. Estaba en sexto grado, ¿cómo iba a saber qué sería de grande? Pero tenía la idea de que sería músico profesional. Y así viví desde entonces. Y ya no creo que cambie. Mucha gente me pregunta por qué soy músico y es porque no sé hacer otra cosa (risas).
- Ser artista implica mucha disciplina, ¿no?
- Claro. Se aprende mucho de dedicación y trabajo duro. Yo me nutrí de muchísima experiencia tocando obras de un nivel alto, tanto que cuando llegué a Estados Unidos mis compañeros no habían tenido esas experiencias. Yo pensaba que todos los chicos del mundo tenían la misma experiencia que yo. Pero no era así. Allá hasta los 18 años uno está concentrado en el colegio. Entonces esa idiosincrasia de nuestra realidad me ayudó. Por eso es que pude empezar mi carrera de dirección muy joven, porque los directores por lo general siempre tienen canas. Antes de agarrar la batuta, yo ya tenía más de 10 años tocando en orquestas. En Paraguay, cursaba mis estudios en el Conservatorio Nacional, a la par que tenía uno de los mejores trabajos posibles en mi carrera, en la OSN, ya siendo estudiante. Entonces, cuando llegué allá, me di cuenta de que los chicos llegan a la universidad sin tener un norte bien orientado; algunos no sabían qué profesión querían abrazar, cuando yo ya estaba seguro.
-¿Por qué dirección orquestal?
- Siempre quise ser director, pero para serlo uno tiene que tener dominio de algún instrumento orquestal, saber cómo funciona la orquesta desde adentro y a partir de ahí creo que el liderazgo emerge. Pienso que eso se dio conmigo, ahora estoy por terminar el doctorado en Dirección de Orquesta. También se dio la oportunidad, no siempre se da la posibilidad de que te den un espacio.
- Ahora estás en un campo más grande, pero ¿cómo ves el desarrollo musical en Paraguay, actualmente?
- Depende. Yo, como joven director, voy a perseguir oportunidades y donde se abran las puertas, ahí voy a estar, más allá de la ubicación geográfica. Es cierto que en Estados Unidos hay más oportunidades que aquí, eso es innegable. Pero yo estoy abierto. Si no es allá y no es Paraguay, puede ser cualquier otro país. No estoy casado con ningún lugar, por decirlo así, siempre que haya oportunidades.
- Supongo que lo más difícil al empezar deben ser los nervios de subir al escenario. Después de tantos años, ¿todavía tenés esa sensación?
- Siempre. Eso no se pierde nunca. Los nervios son como un miembro de tu familia, después de cierto tiempo uno aprende a convivir con ellos y no es algo malo o negativo. Si alguien me dice que no se pone nervioso antes de actuar, jamás le voy a creer. Nos ponemos nerviosos porque es algo que nos importa mucho. Es algo muy significante en nuestras vidas. Cuando me pongo nervioso, es casi reafirmante, porque me da la sensación de que estoy haciendo lo correcto, que estoy haciendo lo que debo hacer con mi vida, que eso es lo que me importa. Uno aprende técnicas para controlarse, y a veces esa misma adrenalina se utiliza como ventaja a la hora del concierto. Es impresionante.
- Claro. Entrás y estás así en el momento. Yo dirigí sinfonías de 45 ó 50 minutos que en mi mente duraron como máximo siete u ocho minutos; el tiempo pasa así —hace un chasquido con los dedos—. No te das cuenta, pero justamente es esa adrenalina la que cambia toda tu percepción. Recuerdo que cuando era más joven y me preparaba para tomar audiciones en Estados Unidos, salía a correr alrededor de la manzana; o en la universidad subía y bajaba las escaleras para que me subiera el ritmo cardiaco, y así me iba a tocar en la audición, porque finalmente es esa la sensación que uno siente en ese momento, te sube el ritmo cardiaco. Hacía eso porque cuando uno está solo practicando en su pieza, todo está muy calmo. Uno nunca se siente así de tranquilo tocando. Entonces uno tiene que excitarse, acostumbrarse a tener el corazón latiendo a mil y tocar en ese estado.
-¿Cuál es el rol de tu familia en todo este proceso?
- El apoyo de la familia es fundamental. También tiene que ver con el hecho de que ellos siempre me demarcaron la estructura. Por ejemplo, en esta etapa de tu vida tenés que concentrarte en el colegio y en el conservatorio. Desde muy chico me decían: “Una hora de televisión por día, nada más que eso”. En términos de cómo manejar mi tiempo, mis padres tuvieron un rol fundamental. Yo aprendí a ponerme límites gracias a lo que aprendí en mi familia.
- ¿Nunca cuestionaron el hecho de que quisieras dedicarte a tiempo completo a la música? Porque en muchas familias vivir del arte sigue siendo un tabú...
- Impedir que los fracasos te lleguen al corazón y que los éxitos se te suban a la cabeza.
- ¿Algo así como no frustrarte porque una vez no te sale algo, por ejemplo?
- Sí, y no creerte Dios porque algo te salió bien.
-¿Cómo hacés para mantener los pies en la tierra?
- Me acuerdo de esa frase bastante seguido. Especialmente en la dirección orquestal es fácil que los éxitos se te suban a la cabeza, porque todo el mundo te vive felicitando, pero si vas a creer cada felicitación que te dan, vas a pensar que sos Julio César. Y uno tiene que mantener un nivel de consciencia de uno mismo. Uno tiene que saber dónde está, de dónde viene y para dónde va. Lograrlo es un trabajo muy duro. Pero es importante saber siempre cuáles son mis falencias, trabajar duro para superarlas y si tengo un concierto exitoso a la noche, celebrar, pero a la mañana siguiente seguir trabajando en mis defectos y en mis fallas.
- Es importante lo que decís, eso de no creerte y no perder tu eje.
- Claro. No hay que perder el norte. Una caída es una caída y un triunfo no es más que eso, un triunfo. Pero listo, tengo otras 10 batallas más que luchar.
- Supongo que en eso tu familia vuelve a tener mucho que ver...
- Por supuesto, sin duda alguna. Mi familia, mis mentores, mi profesor, con el cual yo trabajo hoy en día: “Ah, muy lindo, buen concierto, pero continuá”. Si fallo, no me da el tiempo para sentarme en mi casa a llorar porque la pifié, porque algo salió mal. Hay que mejorar.
-¿Qué significado tiene la música en tu vida o qué poder le atribuirías?
- En mi vida, la música es prácticamente todo. Pero la música en sí tiene el poder de nutrir al individuo y también a la sociedad. Una sociedad que no tiene cultura, que no tiene acceso al arte, es menos sensible y le va a costar tener empatía, compasión, su nivel humano va a ser bajo. Con la música uno se da cuenta de que no todo es blanco o negro, que hay diferentes tonos de grises y esta carrera te ayuda a poder delinear cada uno de esos tonos.
- ¿Qué creés que le falta al campo musical en Paraguay?
- Pienso que para valorizar el arte, hay que ir a las escuelas, llevarlo a todos los rincones. No solamente para que la gente piense que hay que respetar la profesión del músico, sino también para que se interese en ser un músico amateur. Que las personas acepten la música como parte integral de la vida, que se quieran dedicar a esto de manera profesional y que entiendan su valor. Orquesta amateur, por ejemplo, no tenemos en nuestro país, de periodistas, abogados, doctores, funcionarios públicos. Que se junten una vez por semana a tocar y que tengan cuatro o cinco conciertos al año. Si vamos a tener profundidad como sociedad, necesitamos ocuparnos del arte, tener artistas de todos los niveles, amateurs, jóvenes, estudiantes, profesionales. Tampoco hay una orquesta juvenil en todo el Paraguay. Necesitamos ópera, tenemos una sola compañía. En síntesis, necesitamos más infraestructura para el arte y eso que cambió mucho en los últimos 15 años. Estamos mejor que antes, pero todavía tenemos mucho camino por recorrer.
-¿Pero creés que vamos bien?
- Claro, desde luego. Antes no había cuatro orquestas en nuestro país. Hoy sí.
- Sí y me imagino que en todos los países habrá sido así. Pero nosotros, culturalmente, tenemos muchas décadas de atraso comparado con los países de la región, comparado con cualquier país de Latinoamérica. Y eso tenemos que saber reconocer.
- ¿Qué es lo que te motiva a querer continuar?
- Por supuesto. Hay muchas cosas que son criticables en el país, pero uno debe sentirse orgulloso de sus propias raíces. No quiero sonar monótono, pero la música paraguaya, por ejemplo, es increíble. Y a mí me da mucha pena que haya obras de compositores nacionales que ni siquiera están editadas. Una obra de Remberto Giménez, músicas de Herminio Giménez, Lara Bareiro, Moreno González. Zarzuela paraguaya no se toca con frecuencia aquí. Todo eso limita nuestra cultura, ¿dónde vamos a celebrar eso si no es aquí? Lo positivo de nuestra cultura es que es muy rica, pero no se explota.
- ¿Tenés alguna visión de tu yo del futuro?
- Es muy difícil establecerse un plan cuando no sabés las oportunidades que se pueden presentar. Hay muchas cosas aquí en nuestro país que me gustaría hacer, por ejemplo, crear más opera. La mitad de mi formación en mi doctorado es dirigir ópera. Y me gustaría hacerlo acá, porque veo que es un campo en el que falta hacer más. También crear orquestas juveniles. Utilizar lo que yo aprendí y mi experiencia para hacer algo relevante en nuestro medio. Instruirle a los jóvenes y darles su primer contacto con los hitos culturales, con las obras sinfónicas, las obras cumbres. Todo eso me interesaría muchísimo implementar en Paraguay. Tampoco voy a reinventar la rueda. Las bases para eso ya están, las semillas ya se plantaron, pero falta ayudar a que el árbol crezca.
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Obras que marcan
Ernesto asegura que hubo obras que le marcaron la vida. “La Segunda sinfonía de Mahler; La pasión según San Mateo, de Bach. Hay muchas obras que luego de escucharlas te das cuenta de que hay un antes y un después en tu forma de ver las cosas. Pero sin duda, La sinfonía del nuevo mundo fue una que me marcó, porque fue la primera que toqué en mi primer concierto con la OSN como violista; tenía como 15 años”, rememora.