29 mar. 2024

La Iglesia no debe olvidar los verdaderos problemas del país

La festividad de la Virgen de Caacupé debe servir para que los obispos y fieles fortalezcan la mejor tradición de una Iglesia Católica paraguaya sensible y solidaria ante la realidad de los que más sufren, los que son víctimas de marginación e injusticias, los que necesitan acompañamiento y consuelo. El pueblo que peregrina junto a la patrona espiritual del Paraguay es principalmente humilde y creyente. Para responder a sus necesidades, los pastores de la Iglesia deben mantenerse fieles a su compromiso social y religioso, con la suficiente capacidad de entender los desafíos de los nuevos tiempos, sin perderse en algunas críticas anecdóticas que solo provocan burlas y discusiones, centrándose en los verdaderos problemas del país, en la línea de renovación que marca con mucha lucidez el propio papa Francisco.

La festividad de la Virgen de Caacupé concluye este 8 de diciembre en el Santuario de la Villa Serrana. Una vez más se ha puesto de manifiesto el gran fenómeno popular y religioso que congrega a todo un pueblo creyente de gran tradición cristiana y católica, una admirable manifestación de fe que tiene hondas raíces en la historia y la cultura del Paraguay.

Las múltiples celebraciones a lo largo del novenario y principalmente en la misa central del Tupãsy Ára se han convertido en el púlpito más mediático que tiene a su alcance la Iglesia Católica paraguaya, debido a la masiva concurrencia de fieles y peregrinos, como a la alta cobertura de los medios de comunicación.

La festividad de Caacupé constituye por ello una oportunidad privilegiada para la mayoría de los obispos y sacerdotes, para hacer llegar sus mensajes no solamente a los católicos, sino a toda la sociedad, incluyendo a la clase política y gobernante, con las siempre esperadas críticas ante las situaciones de injusticia y de irregularidades que necesitan ser corregidas.

Por su especial protagonismo en la historia de este país, la Iglesia Católica paraguaya sigue siendo una voz con mucho peso moral, que no puede ser desdeñada, y muchos sectores sociales principalmente humildes –que sufren casos de persecución, marginación y otras situaciones de injusticia– esperan encontrar en ella “la voz de los sin voz”, una voz solidaria y protectora, como la que han encarnado en épocas más duras algunos recordados obispos como Ramón Bogarín, Ismael Rolón Silvero o Aníbal Maricevich.

Es importante que los actuales pastores sean conscientes de este rol histórico y lo asuman con responsabilidad, con la suficiente capacidad de entender los desafíos de los nuevos tiempos, sin olvidar los verdaderos problemas del país. En ese sentido, en la serie de homilías que se han escuchado durante las celebraciones de Caacupé, hubo acertadas críticas y reflexiones sobre la situación de campesinos e indígenas, o sobre la corrupción que desangra al país, como también situaciones preocupantes como las que generan la influencia de las mafias del crimen organizado en los poderes del Estado.

Pero también se dieron críticas anecdóticas, como las que formuló el obispo de Caacupé, monseñor Claudio Giménez, acerca de la costumbre de los jóvenes de usar tatuajes, calificándolos como “almas vacías”, lo que generó muchas discusiones y burlas en las redes sociales, evidenciando que las nuevas generaciones tienen un espíritu mucho más crítico ante el clásico “pa’ima hei” (lo que dice el sacerdote es ley).

Es de esperar que los actuales pastores de la Iglesia Católica paraguaya mantengan su sensibilidad ante la realidad cotidiana de la gente, en especial de los jóvenes, para no perder la sintonía con las reales necesidades, en la línea de renovación que marca con mucha lucidez el propio papa Francisco.

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