11 sept. 2025

La diócesis de los exabruptos

Por Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

Sé que nadie me va a creer, pero hasta anteayer pensaba escribir sobre el escándalo del padre Vara. Ahora nadie lo recuerda, pero el cura Aldo Vara era un capellán del Ejército argentino que fue imputado por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar del país vecino. La participación de Vara en prisiones ilegales, torturas, homicidios y desaparición de personas se conoce desde el Juicio a las Juntas por el testimonio de sobrevivientes del centro clandestino La Escuelita.

Las leyes de impunidad le evitaron la cárcel, pero el año pasado dos fiscales federales volvieron a pedir su captura. Caracterizaron a Vara como un agente de inteligencia que se diferenciaba de los militares solo por usar otras técnicas. Pero Vara desapareció. Hasta que hace pocas semanas la Interpol lo ubicó en la diócesis de Ciudad del Este, sigilosamente resguardado por el obispo Rogelio Livieres Plano. Al ser consultado sobre la protección a un prófugo, el obispo dijo que “Vara es una persona muy cálida y Paraguay lo ayudó a encontrar la paz que en su país se le negaba”.

Sí; pensaba escribir sobre este escándalo, pero ocurrieron cosas inesperadas. Como que Aldo Vara se haya muerto el pasado miércoles. O que ese día, en esa misma diócesis de Ciudad del Este se originara el mayor escándalo interno de la Iglesia paraguaya del que se tenga memoria.

El increíble exabrupto del obispo Livieres en contra del arzobispo de Asunción sucedió en una de las tantas manifestaciones antihomosexuales surgidas como inesperado efecto colateral de la reunión de la OEA. En ese ambiente, monseñor Livieres se dejó llevar por la emoción al defender a alguien sobre quien –¡oh, paradoja!– pesan acusaciones de pedofilia reiterada y de ser “una grave amenaza para los jóvenes”. El archiconservador cura Carlos Urrutigoity, con problemas en varios países, es el segundo de a bordo en la diócesis de Livieres Plano. Este desestimó las denuncias, pese a que provenían de fuentes serias como la cadena norteamericana NBC y una red de sobrevivientes de abusos.

Como si los casos de estos dos curas argentinos no fueran suficientes, el obispo Livieres Plano registra el antecedente de haber actuado de manera cuando menos indolente en la “investigación” de la denuncia de abuso sexual a un joven por parte de Mario Sotelo, ex párroco de Juan León Mallorquín, bajo su jurisdicción eclesiástica. Hace pocos años, la divulgación de ese caso motivó un gran escándalo de prensa.

Livieres Plano y el escándalo tienen una atracción fatal. Sus apariciones en la prensa siempre son exageradas, destempladas o intolerantes. Ha sido desmentido más de una vez por la Conferencia Episcopal Paraguaya y se ha envuelto en polémicas sobre los manejos económicos de su diócesis. Su perfil es inusual. Los obispos que protegen a torturadores y pedófilos suelen ser discretos y prudentes. Livieres Plano le agrega un defecto terrible: la incontinencia verbal.