El campamento campesino y cooperativo en la Plaza de Armas del Parlamento, en el corazón político del país, es un grave síntoma de la realidad nacional. Estos tiempos que corren –con un mandatario sin liderazgo ni capacidad, con parlamentarios pusilánimes en su mayoría y estafadores de la confianza popular– nos ponen ante lo inexorable de la destrucción del campesinado, la pequeña producción, los fondos solidarios y la diversidad (y soberanía) alimentaria desde el campo.
Por estas cosas, es tan representativa y a la vez ridícula la reacción de la gran mayoría de los ciudadanos que hacen todo tipo de ironías y ataques en contra de las reclamaciones de los pequeños productores y las cooperativas de ahorro y crédito. Tan ridículos, que les preguntaría qué comen o cómo financian en muchos casos sus casas, vehículos, estudios, vacaciones, etc., etc.
Muchos de los mas radicales opositores a la condonación de la deuda de los campesinos –deuda contraída por engaño del Estado– son precisamente hijos de campesinos que viven en Asunción gracias al dinero de sus padres. Imperdonable ironía.
Los gobernantes creen que desoyendo los legítimos reclamos de la gente el problema desaparece. Por el contrario se incuba. Se recalienta y estalla.
Horacio Cartes, a la sazón presidente de la República, viajó ayer a Nueva York. Se negó a estar en las mesas de diálogo que su gobierno instaló por exigencia de los campesinos. Aduce falta de tiempo, pero se pasea por la ANR y ferias en plazas. El presidente del Congreso, Mario Abdo, del partido de Gobierno, designado mediador en el conflicto, viajó a Rusia. Mientras la crisis se abroquela, se insufla y aumenta en cantidad de personas en la Plaza de Armas.
Para quienes hablan sin conocer lo que pasa en el campo, hay una expresión campesina que lo define: ivai la crisis. Y por el empeoramiento de esa crisis aumenta la migrante población empobrecida en las ciudades que conlleva el aumento de la inseguridad, la cifra de desempleados y el empeoramiento del nivel de vida de la gente. Provoca que cada vez haya menos cultivadores de la comida que llevamos a la mesa diariamente, que los productos frutihortícolas cuesten un ojo de la cara porque hay que traer de Brasil o Argentina y que aumente la deforestación por la ampliación del cultivo de soja a gran escala y destrucción ambiental con degradación sanitaria, de las aguas y el suelo.
La crisis está instalada hace mucho tiempo. La crisis empeora. La crisis se espesa. Es silenciosa, pocas veces se manifiesta como ahora en el centro, para enfado de chetos y conductores. Pero un día estalla o estallará. Entonces muchos querrán saber por qué. Ese día será tarde. El Gobierno, los políticos y sus asesores lo saben, pero juegan con fuego y con la vida de las personas.