11 may. 2024

Incidencia de la cultura digital en la ética

¿Es la ética una parte de la cultura? ¿Determina la cultura la naturaleza de la ética? ¿O es la ética parte determinante de la cultura?

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Portada del Correo Semanal del sábado 21 de junio de 2014.

Por Javier Darío Restrepo | Periodista colombiano

No hay duda alguna sobre la formación de una nueva cultura en el mundo, estimulada por la tecnología digital. Bastaría hacer una elemental encuesta entre los asistentes que en esta sala mantienen relación con un celular, un iPad, o un iPod, alguna tableta o un smartphone.

Diez años atrás el panorama de dependencia digital que hoy contemplamos no existía, tampoco los rasgos culturales que hoy se pueden apreciar y que afloran cuando alguien trata de imaginar lo que sería de nuestra vida sin los aparatos digitales.

Manuel Castells en la Galaxia internet registra el hecho: “Todas las áreas de la actividad humana están siendo modificadas, una nueva estructura social, la sociedad red, se está estableciendo en todo el planeta, esta transformación ofrece tantas oportunidades como retos”.

Coincide con él, Gordon Graham, en su indagación filosófica sobre internet: “algunas tecnologías solo modifican, otras transforman, internet transformará un cierto número de aspectos de la existencia. Ofrece y continúa ofreciendo, beneficios, intereses y posibilidades, alterará nuestro modo de vivir”.

Castells expresa la radicalidad del cambio cuando observa en Comunicación y Poder que los empresarios “han pasado de producir bienes a producir cultura”. Aunque es cierto que la cultura la producen las comunidades a través de generaciones, es tan profunda la influencia del producto digital, que se puede afirmar que estos empresarios de aparatos y sistemas producen cultura.

El tiempo y la información

Aunque era un sueño para los periodistas informar en el momento mismo en que suceden los hechos, esa supresión del tiempo priva del elemento necesario para hacer una información inteligente y precipita en manos de la improvisación y de la información que sirve exclusivamente a la vista y al oído, pero no a la inteligencia. Una información completa requiere tiempo necesario para la reflexión y la comprensión de los hechos y de sus consecuencias. El tiempo cura las heridas de la irreflexión y la superficialidad y limpia los ojos para ver más allá de lo presente e inmediato.

La tecnología digital está produciendo humanos atolondrados e incapaces de ver las consecuencias de los hechos y el futuro que comienza en el presente.

Esa información liberada de los factores tiempo y espacio no siempre será amiga de la justicia que necesita tiempo para disipar el deslumbramiento de los hechos y la ceguera parcial del que solo conoce con los sentidos y no con la inteligencia ni con la compasión.

Tal vez resume la parte negativa de la cultura internet el hecho de que es una tecnología que multiplica e intensifica el poder. En la historia ya quedó registrada la sorprendente eficacia de internet en las jornadas de indignación en Egipto y en los países de la primavera árabe. Internet convocó, motivó y entregó al ciudadano común un poder que antes se concentraba en los dueños de los medios. Así el ciudadano de a pie “pudo ejercer una influencia inaudita sobre los acontecimientos políticos y sociales”. La cultura política resultó alterada por la nueva tecnología.

Internet ha aumentado el ejercicio crítico de todos, sobre todo, porque todos tienen acceso al papel de emisores de mensajes de modo que, multiplicadas las voces, el mundo se está convirtiendo en una babel de voces en que, puesto que todos hablan, nadie tiene la posibilidad de escuchar, salvo su propia voz.

Comentaba alguien en conversación sobre estos cambios que se está generando una situación parecida a la de los tiempos de Gutenberg, cuando las recién impresas biblias aparecieron encadenadas porque su contenido solo debía ser accesible a los capacitados para leerla sin escándalo para su fe.

Internet produce documentos de alta especialización y utilidad a los que solo pueden llegar quienes tienen una clave que, a su vez, solo se le entrega a quien ha pagado su precio.

Cuantos han estudiado el tema de la libertad en internet, un medio que nació con la pretensión de extender las fronteras de la libertad, concluyeron que ese objetivo se ha opacado en las manos de los dueños de las claves y de las grandes empresas comerciales que en últimas determinan lo que es accesible y lo que no en internet. Enuncié este tema a sabiendas de que él nos lleva a la parte final de nuestra reflexión.

¿Cuál es el impacto de esta cultura en la ética?

Internet se convierte en un desafío ético porque es un poder. Se revelaron como poder la escritura, los libros, los periódicos, la radio y la televisión. Internet los supera como poder.

En la Cumbre de Birmingham, el 12 de mayo de 1998, el presidente Clinton se notaba alarmado. Se había propuesto encontrar medidas de control para el crimen cibernético: “pueden utilizar computadoras para atracar bancos y extorsionar”, dijo a manera de ejemplo de un poder criminal distinto de lo conocido hasta entonces. Y agregaría casi enseguida: “ningún país del mundo puede controlarlos él solo”. Duraba todavía la reunión cuando los jefes de Estado conocieron la noticia: el satélite de comunicaciones Galaxy IV había interrumpido inesperadamente su operación y en Estados Unidos se habían quedado en espera 40 millones de mensajes. La vulnerabilidad del país más poderoso del mundo se había puesto en evidencia y un nuevo poder hacía su aparición. El gobierno de Estados Unidos lo sentiría en la Cumbre de Túnez en el 2005 cuando se buscaban frenos para la pornografía infantil en internet. Allí se concluyó que no había instrumentos legales ni técnicos capaces de frenar el negocio de los mercaderes de la pornografía. El instrumento en sus manos desafiaba las leyes. Y ya se sabe, cuando las leyes se revelan impotentes, queda el recurso a la ética que reta a cada humano a ser legislador de sí mismo.

Si en ese momento Estados Unidos parecía a la defensiva, hoy se ve a la ofensiva al utilizar la tecnología digital y su poder como base de la red de espionaje más grande del mundo y de la historia. Lo de menos son los 854.00 espías que la conforman, lo de más es la conciencia que cunde en el planeta de que todos podemos ser espiados y de que nuestros datos personales se han convertido en mercancía, merced al uso de internet.

Cuando uno se entera de que Alexis Navalni llegó a constituir un poder político en Moscú con ayuda de un blog; o de que a Eugenio Kaspersky se le califica como el hombre más peligroso del mundo porque como asesor de Interpol conoce todos los secretos de la seguridad informática, comienza a entender la magnitud de este poder. Así lo han visto los gobiernos de Estados Unidos y China que han incorporado las armas cibernéticas como parte de sus arsenales militares. Alguno, aterrorizado, habló de una ciberguerra posible, que podría acabar con el planeta.

Lo cierto es que estamos ante el primer desafío ético planteado por internet que pone en las manos de los usuarios un poder grande, y que los somete a un poder incontrolado. Lo que niños y adultos usan como si se tratara de un divertido juguete, es un poder. Lo que los viejos utilizamos como una cómoda máquina de escribir, es un poder; y el poder se usa para el bien o para el mal, esa es la cuestión ética.

Es un poder distinto de los demás poderes. Lo expresaba así Paul Virilio: “En la guerra totalitaria de ayer dominaba lo cuantitativo: la masa, la potencia de la bomba atómica; pero en la guerra globalitaria de mañana primará lo cualitativo, gracias a la bomba informática”. Parecen piruetas mentales de filósofos, cuando uno los oye decir que en internet tienden a desaparecer el espacio y el tiempo. Lo dijimos hace un rato al hablar de la radio, que por primera vez les dio a los hombres la sensación de vencer esas categorías limitantes del espacio y el tiempo. Los teólogos nos asombran al decir que en la nueva existencia después de la muerte desaparecerán el aquí y el ahora, el espacio y el tiempo, que son prisiones, límites de los que el ser humano siempre ha querido escapar.

Las preguntas del periodismo

A través del tiempo y de las técnicas se han mantenido las mismas preguntas: ¿A quién comunicar? ¿Para qué? Cuando se comunica guiado por esas preguntas, la presión resultante lleva a configurar el acto comunicativo como una respuesta.

El periodista siempre está respondiendo; por eso a mejores respuestas, mayor calidad del periodismo que se hace, e internet provee instrumentos eficaces para responder.

En las frecuentes consultas que recibo en el Consultorio ético de la Fundación, aparecen como pedidos de auxilio, los que echan de menos el respeto por la propiedad intelectual. Se piratean contenidos, fotografías, diseños, como si se tratara de bienes mostrencos. Y hay quienes lo justifican como si con la tecnología se hubieran impuesto nuevas normas de comportamiento, laxas hasta la complicidad en materia de justicia y de compromiso con la verdad, que no son justificables, pero sí explicables.

En esta galaxia internet se respira un ambiente de libertades nacientes y de hora cero de la historia, propio de los colonizadores. El descubrimiento de una tierra nueva tiene una esfera propia cercana a la anarquía porque todavía hay un orden y unas normas por imponer para bien de la naciente comunidad. Es una condición vecina a la anomia porque los acuerdos y normas están por venir. Ese ambiente es, quizás, uno de los atractivos de las películas de vaqueros en las que todo parece por hacer.

Internet en muchos aspectos tiene ese aire del salvaje oeste, en donde las cosas y la historia tienden a seguir el rumbo que les imponga el más fuerte. Los materiales que se descubren en la red, las imágenes, la música, las voces, parecen estar ahí a disposición de quien las necesite y las halle primero, como si el hecho de bajar materiales de la red, diera el mismo derecho de propiedad que da crearlas e infundirles el soplo irreemplazable del ingenio personal.

* Versión adaptada de la conferencia dictada por el autor en el Simposio de Políticas Culturales en El Cabildo.

“Más que conocimiento es una sensibilidad” | Por MiguelH. López | @miguelhache

La ética, más que un conocimiento, es una sensibilidad”. Esto es lo que hace extraordinario reencontrarse con Javier Darío Restrepo, porque siempre trae una manera novedosa de abordar un asunto tan cotidiano y a la vez controversial para nuestra vertiginosa vida profesional.

En un descanso a su paso por Asunción, se sentó a reflexionar con colegas de Última Hora sobre temas muy actuales como los polémicos videos del EPP, los obsequios que políticos o empresarios dan a los periodistas, el bastardeo informativo, la intimidad, etc.

Su recomendación como medida general es “nada de ocultamientos. A máxima verdad, máxima credibilidad; y a máxima credibilidad, máxima influencia”.

Explica que en materia de periodismo, lo audiovisual impresiona los sentidos (auditivo y visual) no la inteligencia. “La fuerza del periodismo escrito es justamente eso, está dirigiéndose a la inteligencia. La palabra está hecha para convocar la inteligencia, la imaginación, la comprensión de los hechos”. Por eso indica como salida más sensata a casos como el del EPP contar a la población lo que los videos contienen, tomar solo la noticia y descartar la propaganda. “Hay que dar aquello que dignifica más al lector, no lo que lo haga tonto. Hay que contar de modo inteligente: por qué, para qué, las proyecciones”.

En todos los casos de dilemas éticos, expone que discutir, debatir “entre muchos” es el único camino, porque “todas las discusiones no solamente aumentan nuestra sensibilidad ética, sino que nos vuelve más cercanos”.

Se muestra partidario de considerar que las empresas periodísticas y los periodistas pongan como norma no recibir obsequio alguno, “porque no hay cortesía mayor con la gente que mostrarse independiente. La gente necesita creer en alguien. Nada contribuye más a la pérdida de credibilidad que ver que alguien no es independiente”. Asume que ese aprendizaje es un proceso que debe acompañarse con discusiones constantes, y en los casos de “debilidad de algún colega”, recomienda sanciones fraternas hasta rectificar las acciones.

Sugiere descartar todo lo que comprometa, ponga en riesgo o duda el compromiso con “la gente que es el único amo que uno respeta”. Y apunta que el periodista debe entender que no es juez, que su labor es comprobar los hechos teniendo extremo cuidado y respeto hacia la intimidad de las personas, porque “siempre que el periodismo se ejerce como poder lleva a equivocaciones”.

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