Hace años que los partidos políticos perdieron la conexión con la ciudadanía y dejaron de canalizar las grandes demandas sociales para convertirse en empresas corruptas, sectarias y excluyentes. Basta con ver todos los días los titulares de los diarios denunciando el planillerismo y los salarios injustificables de operadores políticos. O la negativa de transparentar los fondos que reciben para la campaña o el despilfarro del millonario subsidio que reciben del Estado.
Todo eso es apenas la punta del iceberg. De los grandes negociados sabemos muy poco. O nada. Hay licitaciones amañadas, protección al narcotráfico, complicidad con los jueces venales, aprobación de leyes a medida de los grandes intereses, o en su defecto, rechazo de leyes que pueden afectar grandes intereses, los loteamientos políticos en Aduanas, Petropar, Itaipú, Yacyretá, contratos con el Estado, etc.
VIVIR EN PLUTÓN. En estos días saltaron al tapete temas que requieren debates profundos, compromisos políticos y desprendimientos sectarios.
Como el Impuesto a la Renta Personal, el colapso del Instituto de Previsión Social, o el manejo de los fondos para la educación (Fonacide), por citar algunos temas de fuerte impacto social y que pueden contribuir a mejorar la calidad de vida en vista a un futuro mejor. Son asuntos que requieren diálogo, debate, consenso, controversia, posicionamientos, críticas, no solo del Congreso y del Poder Ejecutivo sino de las partes afectadas, en un marco de transparencia que permita la participación ciudadana.
Quizá por esa carencia histórica del debate y el diálogo, hay también un grueso error de los funcionarios encargados de plantear estos asuntos. Son temas que no pueden lanzarse como globos sonda, para probar su viabilidad o simplemente para causar alboroto. Este escenario nubla la racionalidad negando la confrontación de opiniones y en contrapartida se imponen los posicionamientos extremos y rechazos prematuros.
Paraguay es uno de los países más desiguales del mundo. Eso requiere discusión y reforma estructural. Y eso pasa por los impuestos a los más ricos. Es un debate pendiente de los partidos, desde la perspectiva de sus posicionamientos ideológicos, si los tuvieren.
El IPS, dicen, está en quiebra técnica. El Fondo de Salud tiene un déficit anual de G. 600.000 millones, gastos que incluyen al ejército de planilleros y a los empleados infieles que están matando la institución. Los 16.200 funcionarios llevan anualmente el 51% de los recursos destinados a salud. Mientras médicos residentes ganan en promedio de G. 4,5 millones, personal por cupo político gana hasta G. 7 millones. Su titular, Benigno López, planteó discutir la necesidad de elevar el requisito de edad para jubilarse a los 70 años. Actualmente es 60. Es un tema sensible, polémico, doloroso pero necesario. No hablar de ello es esconder la cabeza y el IPS explotará en nuestras caras o en la de nuestro hijos o nietos. Pero explotará.
A raíz de las escandalosas denuncias de corrupción de los intendentes con Fonacide, el Senado propuso modificaciones no para sacarles la administración de los recursos, sino para endurecer los controles a través del Ministerio de Educación y democratizar la distribución que hoy se hace con la Ley de Royalties. Los diputados, cuyos votos dependen de los gobernadores e intendentes, enviaron al basurero la propuesta con el cuento de la descentralización, y así seguir con la fiesta del despilfarro.
Como se ve, los congresistas, principales motores del debate político, se mueven solamente para defender sus intereses o mantienen el status quo para defender sus intereses. A pesar de la indignación ciudadana, a pesar de los castigos electorales en las elecciones municipales, a pesar de las denuncias mediáticas no hay una sola iniciativa que apunte a desparasitar el Estado de planilleros o rectificar el uso de los fondos públicos.
Menos aún hay esperanzas para debatir la seguridad social, la renegociación de Itaipú o Yacyretá, la renovación de la Justicia y otros temas de trascendencia. Cuando lo hacen se quedan en la hojarasca de la riña política, de quién va o quién queda, o qué parte de la torta les corresponde.
Un grave déficit que afecta especialmente a la ANR y el PLRA, cuyas agendas desconocen asuntos de interés particular. Hoy están con orejeras puestas y la mirada fija en el juicio o no a los ministros de la Corte Suprema o en la reelección, temas debatidos con interés porque hay abultadas billeteras de por medio.
Ante esta carencia de ideas, visiones y convicciones de los partidos, que no es otra cosa sino un suicidio lento pero seguro, no es extraño que la ciudadanía busque respuestas en outsiders o movimientos nuevos que refrescan la política, pero que son simples espejismos.
La democracia necesita partidos renovados, fuertes en convicciones, abiertos a un mundo cada vez más complejo pero cimentado en valores universales del bien común. Lamentablemente, la clase dirigente nacional no quiere conjugar estas palabras.