25 abr. 2024

Ese abrazo que siempre necesitamos

Gustavo A. Olmedo B.

Dicen que el corazón del ser humano es un cúmulo de exigencias de verdad, justicia, amor y felicidad. Cada día, todas las personas del mundo, sin importar su condición social y situación geográfica, se movilizan, actúan, equivocan, buscan, arriesgan, reclaman y sacrifican impulsadas –consciente o inconscientemente– por deseos que surgen de su misma naturaleza; ontológicos, como lo definen.

El caso de la colombiana Consuelo Córdoba es un ejemplo claro de esta realidad. Esta mujer, con el rostro desfigurado, sometida a 87 cirugías y que sufre de toxoplasmosis –una infección grave que afecta el cerebro–, cambió su dramática decisión de sacarse la vida tras el encuentro y abrazo con una persona, en este caso el papa Francisco, quien hace algunos días visitó ese país sudamericano.

“Me abrazó... Le dije que me iba a someter a una eutanasia, que me ayudara, y él me dijo que no, que no iba a hacer eso. Me dijo que yo era muy valiente y muy linda”, comentó la mujer, que pretendía la bendición del Pontífice antes de acabar con su dura vida, mediante la aplicación de una inyección letal marcada para el 29 de setiembre. “Definitivamente no; se fue la eutanasia. Voy a ir a decirle al doctor... que muchas gracias por su inyección”, señaló Consuelo a CNN, para luego agregar: “Quiero soñar con muchas cosas: techo, negocio, casa, de todo porque ya no voy a morir”. Es decir, volvió a vivir.

¿Cómo es posible que una mirada de afecto y afirmación del valor de la propia humanidad y dignidad puedan impulsar un cambio de tal magnitud? Solo porque corresponde a un deseo profundo y hasta imperceptible.

Este suceso es un fuerte reclamo a la indiferencia que practicamos en nuestros días. Cuántas muertes –físicas y no– en nuestra sociedad y familias podrían evitarse con un abrazo gratuito y sin pretensiones; cargado de esperanza y reconocimiento del otro como un bien, aunque parezca un gesto hasta inútil.

Y que haya sido el Papa el protagonista del evento es anecdótico, podría haber sido cualquiera con la misma postura. Así como tampoco corresponde menospreciar el acontecimiento adjuntándole prejuiciosamente la etiqueta de “religioso”. Hablamos de acciones humanas y humanizantes. Se trata de un gesto sencillo y extraordinario a la vez, y que tiene formas y expresiones variadas, pues hay muchas maneras de abrazar y acoger a una persona en su necesidad.

Además este hecho expone a plenitud la urgencia que tenemos de dar y aceptar una mirada amorosa para seguir en la lucha, retomar el sentido o volver a respirar la positividad de la existencia. En tanto, un paso siempre razonable será el reconocer esa postura humana y seguirla, pues solo se arriesga a dejar la zona de confort quien sabe de su necesidad y tuvo la fortuna de experimentar primero ese abrazo humano, siempre necesario.