Su hijo de 21 años tiene problemas de adicción. Y ella le dejó una nota a Chiquitunga en su tumba, pidiéndole que interceda en su recuperación.
“Me está ayudando; me sigo encomendando a ella”, cuenta Petrona Acosta, quien a sus 50 años de edad se ofreció como servidora para el día de la beatificación de María Felicia Guggiari, el 23 de junio.
Nuni, como prefiere que le llamen, dice que conoció a Chiquitunga hace cuatro años ya y desde hace un tiempo se encomienda a la venerable para que la ayude a superar el mal momento y que su hijo “pueda encontrar el camino de la sanación”. Reparte estampas de Chiquitunga en su barrio, a sus vecinos y allegados. Está casada y tiene tres hijos. Ellos –comenta– no son devotos de la venerable. Solo su hija quería sumarse, pero no pudo por ser menor de edad.
“Veo mejorías en él, está más tranquilo”, comenta sobre su hijo, que sigue a su vez un tratamiento ambulatorio para dejar la marihuana.
Pensaba, al principio, que iba a disfrutar sentada –dice– de la misa de beatificación. Pero cuando escuchó el llamado a los servidores no dudó un instante en anotarse.
Se enteró por la televisión de la convocatoria. Estuvo en el encuentro anterior en Luque y, ayer, fue al colegio Salesianito, donde se reunieron cerca de 300 voluntarios para servir en el “día D”, como dicen los coordinadores por el día 23. Si bien hay una mayoría joven, existen varias personas adultas entre ellos –como Nuni– y cada uno con historias de fe por alguna gracia de quien será la primera beata paraguaya.
De regreso. Fabiola Barrios supo de Chiquitunga ya a inicios de los años 90. Conoció al padre Julio Félix Barco, quien impulsó la causa de la beatificación de la carmelita.
Se involucró también ella en ese proceso, al punto que colaboró en el rodaje del primer documental sobre Chiquitunga con Juan Carlos Maneglia.
“Siempre estuvo presente Chiquitunga en mi camino”, cuenta y fue la enfermedad de su padre la que la alejó un tiempo de la actividad apostólica. Su progenitor padeció de fibrosis pulmonar idiopática, una patología caracterizada por el engrosamiento de los pulmones sin causa conocida. Luego de tres años de achaques y noches sin poder respirar, le pidió a Dios y a Chiquitunga que “se abrevie” el sufrimiento de su padre. Cayó en terapia y murió una semana después, en noviembre pasado. “Fue una agonía breve y siento que Chiquitunga intercedió para que sea más abreviado y no tan prolongado el drama como le tocó a otros enfermos con esta patología”, dice sobre otros que están durante años postrados o sin habla. Ahora, está de vuelta y es coordinadora logística de los más vulnerables (adultos mayores, enfermos y personas con discapacidad), quienes tendrán un tratamiento especial el día señalado.