"¿Vieron lo del tiroteo en Pedro Juan?”. "¡De película!”. "¿Quién murió?” “El capo Rafaat”. Es uno de los comentarios más recurrentes en las rondas de amigos desde la noche del miércoles y que, junto con los ocurrentes memes, van quedando con su ironía en la memoria colectiva sobre lo ocurrido en Pedro Juan. Lo que casi nunca se recuerda luego de pasados unos días es que junto con los patrones sufren y mueren también los otros, los que no andamos en camionetas blindadas ni tenemos armamento antiaéreo en la carrocería.
A los ciudadanos comunes nos vuelven espectadores o parte del daño colateral de lo que viven los supuestos verdaderos protagonistas de las cada vez más comunes escenas violentas de las mafias en nuestras comunidades. Nosotros también sufrimos los atentados cada día con asaltos en el ómnibus, pago de peaje en la calle, acoso impune en el trabajo. ¡Dios mío, ni las universidades se salvan de la truchería y la ilegalidad! ¡Y cuántos pobres son estafados en sus cocheras! En el fondo esta prepotencia, este bullying, cuenta con el silencio cómplice de una clase media escudada en el discurso, en la pose, en el perfil de preocupación, pero en sus conciencias nuestros nombres no tendrán el peso ni siquiera de los mafiosos de turno, porque en la escala social, hoy, ya casi no vale aquello de “pobre pero honrado”. No hay karai añetegua porque hacerse valer como un señor respetable solo implica dinero, exposición pública, chantaje y poder.
No es mi intención hacerme vocera de la izquierda que exaspera con el victimismo que hace de nuestra condición de pobres. Somos hombres y como tales libres para pensar, sentir, e incluso corrompernos tanto como cualquiera de estos ricachones subtropicales. De hecho, ellos también salen de en medio de nosotros. Tampoco quiero quitar peso a la responsabilidad que tienen los que gobiernan, porque a ellos el pueblo les ha dado una tarea.
Lo que rescato es que en medio de los tiroteos está la gente del pueblo, gente con imaginación, con manos para construir, hombres capaces de vivir con virtud o de denigrarse también, pero que ahora son ignorados, desestimados por el poder. Gente que conserva aún el sentido común y sabe que el problema de fondo es la impunidad, por eso, les parece que ni vale la pena gastar saliva plagueándose por el malestar que toda esta situación provoca. Lo cierto es que si la Justicia sigue ignorando a esta gente, sin castigar la maldad, sin respetar su moral, reinará el cinismo, seguirá en aumento la violencia y no habrá blindaje que aguante mucho tiempo la inestabilidad social que la falta de justicia acarrea.