Comencemos por su número que debe alcanzar en todo el mundo alrededor del millón y medio. Y sigamos por lo más humano que encierra la emigración de miles y miles de esposos separados, hijos lejos de sus padres y viceversa, de hermanos lejos de sus hermanos. Familias rotas que, tal vez, nunca se volverán a unir.
Añado a todo esto el desgarro de su cultura y esa añoranza de la patria que hace mucho hace sufrir. En los años setenta, expulsado del Paraguay, estuve nueve años en la Argentina y me di cuenta de que lo primero que hacían los compatriotas en las villas miseria de Buenos Aires era comprarse un “combinado”: aparato para escuchar música paraguaya. Era como el encuentro lejano, lleno de sentimientos, de noche antes de dormir con la patria.
Está también el desafío de tener los papeles para poder encontrar un trabajo digno. En aquellos tiempos tuvimos la alegría con el EPPA (Equipo de Pastoral Paraguaya en Argentina), antes de que muriera Perón, la legalización masiva de 19.000 emigrantes.
