La peregrinación de sectores afectados al Presupuesto General de la Nación (PGN), que se sienten fuera del beneficio porque los rubros no alcanzan para ejecutar los programas o equiparar salarios, es recurrente año tras año.
A nadie sorprende que grupos organizados de funcionarios, representantes de entidades públicas y los mismos directores de entes se acerquen para el lobby correspondiente hasta el Congreso Nacional, en la búsqueda de la anhelada ampliación, ya que Hacienda se encarga de racionalizar los recursos, a sabiendas de que la recaudación alcanzará un tope y de ahí no variará el panorama.
Tanto para el Fisco como para la ciudadanía informada, no existen los milagros. Ingresa tan solo cierta cantidad a las arcas del Estado y eso se deberá gastar para equilibrar el presupuesto; sin embargo, la clase política y los operadores de siempre, a quienes se agrega el funcionariado dependiente de la recaudación oficial para alcanzar el mes (o bien disfrutar de privilegios salariales), no se mueven con la misma lógica.
Estos últimos organizan un verdadero festival anual de reclamos, exigencias y presiones varias para conseguir que los montos puedan ser inflados en el Parlamento, creyendo que los técnicos de Hacienda tienen la barita mágica que reivindique el milagro bíblico de la multiplicación de los peces.
Esta mala costumbre –replicada hasta el hartazgo– resume el comportamiento de parte de la sociedad que considera única y exclusivamente la generación de ingresos desde el estamento público, y que el Estado es el gran empleador que puede sostener todo lo que se sigue destinando en concepto de salarios.
El porcentaje de gastos rígidos dentro del PGN destinado a remuneraciones al funcionariado no baja del 70% de lo recaudado, es decir, que de cada G. 100, el pago de salarios ocupa G. 70 aproximadamente, con lo que solo el resto va para inversiones en todo lo que se necesita de infraestructura, y ni hablemos de salud, educación o atención a adultos mayores.
La actual coyuntura da para congraciarse con la ciudadanía, ya que en menos de un mes llegan las internas y, posteriormente, la vertiginosa carrera presidencial. Ciertamente que cunde aún la racionalidad en el estudio del PGN y que el déficit fiscal no se ha disparado a niveles riesgosos, pero la presión por las ampliaciones deja notarse día a día.
Solo al separar claramente lo técnico para asignar recursos, distinto de los vaivenes político-partidarios e intereses de facciones, se logrará un verdadero equilibrio; mientras por otro lado la frase tanguera “el que no llora, no mama” seguirá extirpando las estructuras de lo que debe convertirse en un Estado moderno.