24 abr. 2024

El papagayo infeliz

Arnaldo Alegre

Llenó el vaso al tope y tiró encima un par de cubitos de hielo con desenfado.

Estaba contento. Se sentía poderoso, achispado. La fiesta se disipó con la misma pericia quirúrgica con la que se había armado. Salió al patio. Sorbió el vaso hasta la mitad con prisa adolescente. Sintió cómo el líquido corría impertinente y caliente por todo el cuerpo. Se sintió más contento, más poderoso, más achispado.

De reojo, un tono eléctrico le llamó la atención. Fue hasta la fuente de ese color fuera de lugar. El papagayo azul estaba impertérrito, majestuoso, enjaulado. Le miró con satisfacción de dueño; aunque inmediatamente sintió vívidamente cómo una nube negra se posaba en una parte no identificada de su interior. Se entristeció.

–Efraín: ¿Vos me querés?

El animal giró la cabeza.

–¿¡Qué?!

–¿Me querés?, replicó sin percatarse de cuán incongruente era la situación que vivía. Hablaba con un pájaro, y para colmo, azul.

–Me tenés enjaulado. Y encima querés que te quiera.

–Sí, ¿y qué? Ya le parecés a algunas de mis ex. ¿Sos feliz?

–Estoy enjaulado, ya te dije. Respondió altanero el pájaro.

–Sé lo que se siente. Yo también estuve enjaulado. Aprendí allí que el dinero y el poder te alejan de cualquier jaula, sobre todo la que está en Tacumbú. Yo tengo ambos, y no los voy a perder.

–Amigo, sabés cuál es tu problema. Te hacés querer por las personas equivocadas.

–No seas desubicado que te voy a pintar de colorado como hice con Peñita.

–Ese es otro problema tuyo. No te gusta que te contradigan. Querés tener siempre la razón. Y no sabés negociar.

–Quizás no tenga la razón ni la capacidad de negociar, pero tengo la billetera. Ella sí suele encontrar la manera de tener razón y una increíble capacidad de convencimiento.

–Puede ser que estés en lo cierto. Pero tenés muchos congéneres míos que andan por los partidos y las redacciones y ahora te sirven con fidelidad perruna. Te lo advierto: esos pajarracos tienen la capacidad de mudar de plumaje como ninguno. No vas a ser, además, el primer patrón al que van a traicionar.

–No te me hagas el vivo. Sos apenas un loro dentro de un presuntuoso traje. Te saco todas las plumas y no vas a servir ni para un puchero.

–Somos iguales entonces. Te saco todo lo que tenés y tampoco te quedará mucho. Además tenés una necesidad enferma de hacer siempre lo que querés. Parecés un pendejo.

Bebió con rabia lo que le quedaba en el vaso, e insistió, sin atisbo de pena: ¿Sos feliz?

–No, carajo.

–Jodete, entonces, infeliz.

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