En ese sentido, la Gendarmería Pontificia reclutó numerosos especialistas en informática y en inteligencia y la colaboración con los servicios secretos de varios países es muy intensa.
El terrorista turco de derecha Alí Mehmed Agcá, un musulmán, disparó dos balazos contra el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro. El Papa fue llevado en ambulancia al policlínico Gemelli y llegó casi desangrado por el proyectil que le atravesó los intestinos, pero los médicos lograron salvarlo.
Agcá nunca terminó de confesar la verdad, pero predominó la convicción de que el “contrato” para asesinar al pontífice polaco fue dado en forma ultrasecreta por el Kremlin soviético a los servicios secretos búlgaros que a su vez “contrataron” en el hotel Vitosha de Sofía al grupo turco de extrema derecha islámico de los “lobos grises”, al que pertenecía Alí Agcá.
A Siria e Irak fueron a combatir como muyaidines (combatientes) al menos 50 jóvenes italianos. Este está considerado un peligro mayúsculo porque, como ocurre en otros países europeos, cada tanto regresan y se incorporan a células más vastas a las que contribuyen a entrenar para el “yihad”, la guerra santa.
“El grupo de fundamentalistas islámicos, guiados por Al-Baghafi (autoproclamado Califa del Estado Islámico en una mezquita de Mosul, segunda ciudad de Irak y en su poder), intenta alzar el nivel del enfrentamiento golpeando en Europa y en Italia”, sostiene Il Tempo.