La victoria de Macri, el probable juicio político a Dilma y la eventual derrota de Maduro en las elecciones parlamentarias indican un giro a la derecha en América Latina. Es complejo aceptarlo dada la diversidad de las izquierdas continentales, que van desde proyectos moderados y reformistas a liderazgos personalistas y populistas. Tampoco la derecha es homogénea. Allí predominan los planteos democráticos, pero también hay reductos del pensamiento autoritario.
Tampoco es simple definir derecha e izquierda, aunque sea práctico diferenciar ambos conceptos en la concepción de la igualdad. Por lo general, la derecha asume que la mayoría de las desigualdades entre las personas son naturales y que poco puede hacer el Estado para corregirlas, mientras que la izquierda piensa que las mismas son construcciones sociales artificiales que deben ser modificadas.
Digamos que durante la guerra fría era más fácil distinguir ambas posturas. Cuando el fantasma del comunismo se debilitó, el discurso de las dos partes perdió la nitidez que había tenido durante el medio siglo anterior. Las derechas tradicionales latinoamericanas tuvieron que apartarse de su vieja asociación íntima con regímenes fuertes y dictaduras militares. Pero encontraron en la globalización del capitalismo una vía segura de salvaguardar sus intereses. Al quitarle al Estado las facultades para intervenir en la economía, hubo libertades ilimitadas para que inversionistas y especuladores hagan negocios. Solo que dos décadas después del consenso de Washington una América Latina pauperizada y desigual abrió paso a gobiernos progresistas con gran énfasis en lo social.
Bien aprendidas las lecciones dictadas por la realidad, la restauración conservadora tiene hoy el tono de soluciones modernas, que ya no abominan las políticas de inclusión social, sino que prometen superarlas y profundizar los logros. Sí, esta nueva derecha tiene una cara social, una estética joven y renovadora, y tilda a la izquierda de jurásica. Y allí, desde la izquierda, escuchan ese discurso con el estupor de ver la apropiación de sus antiguas consignas. Para peor, el adversario ideológico tiene un talante democrático y pone la misma cara de asco que ellos al escuchar palabras como neoliberalismo y capitalismo.
Esa nueva derecha apela a outsiders provenientes de las oligarquías empresariales, con un mensaje antipolítico y vaciado de contenido, conciliador y cercano al ciudadano común. El problema es que casi siempre se trata de un maquillaje marketinero, de una máscara, pues el mantenimiento de políticas sociales con medidas neoliberales de ajustes fiscales es una convivencia complicada.
Se le vienen tiempos difíciles a la izquierda de la región. Tendrá que competir con una derecha nueva –aunque quizás solo en la forma y los métodos– que ha encontrado un ropaje electoral seductor.