18 abr. 2024

El enorme visionario de la nieve

Por Blas Brítez – @Dedalus729

Blás Brítez

Blas Brítez

Un día de 1862, unos estudiantes iban caminando por una calle de Cristianía —como se llamó Oslo hasta fines del siglo XIX— cuando vieron un bulto humano tirado en una zanja. Se detuvieron a socorrer a aquel hombre que había perdido el sentido, a la vera del camino. Endeudado y deprimido, imposibilitado de ver representados sus dramas, ese hombre era Henrik Ibsen. Se había enclaustrado en la botella de alcohol y había tocado fondo.

Dos años más tarde, se iría por tres décadas de su país natal, y no regresaría hasta que se convertiría en una especie de oráculo humanista de la Europa de fines del siglo XIX, a pesar de su malhumor y de su alcoholismo. En la monumental biografía de James Joyce, Richard Ellmann refiere que cuando el autor de Ulises, con apenas 18 años, recibió una carta de agradecimiento de Ibsen por una reseña que aquel hizo de una obra teatral de este, el escritor que sentaría las bases de la novela moderna había pasado de ser un irlandés a ser un europeo. Algo parecido, pero no tan precozmente, le sucedió al propio Ibsen: la carta que había recibido fue una zanja.

Su vida se puede resumir entre esa mañana en que le vio la cara al abismo y la otra en que volvió a Noruega, triunfal. En medio fue protagonista de tres hechos fundacionales: en una Escandinavia dominada literariamente por el danés, Ibsen introdujo el marginal noruego como lengua de referencia en Europa; luego de escribir teatro en verso, de pensar sus obras para la lectura antes que para las tablas, escribió sus dramas mayores con un pulso político y social, renovando las estructuras dramáticas y creando personajes contemporáneos en situaciones específicamente actuales para, a su vez, dar nacimiento al teatro moderno; antes del autor de Hedda Gabler, nadie había reparado en la naturaleza mutable e impuesta del núcleo central de la sociedad capitalista: la familia. Así como Friedrich Engels estaba estudiando los orígenes de una institución clave, por el mismo tiempo Ibsen dramatizaba su apogeo y su crisis, ubicando en el centro los deseos emancipatorios de las mujeres y de los hombres ante la rotundidad de los roles sociales prefabricados, y cierta fidelidad a los designios de la individualidad. Al igual que Marx en la economía, el noruego se interesaba por diseccionar culturalmente la burguesía dieciochesca. No es casual entonces que la introductora de Ibsen al mundo anglosajón haya sido Eleanor Marx, hija de Karl, quien en 1886 leyó en Londres Casa de muñecas ante un selecto público entre el que se encontraba George Bernard Shaw.

Un día como hoy de 1906, Ibsen moría en una ciudad que había mudado de nombre como él había cambiado a toda Noruega. “Enorme visionario de las nieves” lo llamó, del otro lado del Atlántico, Rubén Darío. No conozco mejor definición.

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