Un reciente informe del prestigioso Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep), institución no gubernamental dedicada a las investigaciones en el sector económico, señala que en los últimos diez años ha aumentado sustancialmente la cantidad de jóvenes que acceden a la educación formal en nuestro país.
Los números indican que en el 2002 había 400.000 personas de entre 15 y 24 años que recibían enseñanza en instituciones públicas o privadas, en los diversos niveles. Una década después, esa cifra trepó a 700.000. Esto implica un 77 por ciento más de jóvenes que tienen acceso a la educación en aulas.
Las cifras revelan que hay cierto grado de conciencia social acerca de la relevancia de los estudios para alcanzar mejores condiciones de vida en la sociedad. También, que las condiciones socioeconómicas de los estudiantes les permiten invertir —a ellos, en los casos de los que trabajan para solventar sus estudios, o sus padres— en una formación de mayores pretensiones.
Una posible explicación de este fenómeno es que se han incrementado las posibilidades de acceso a instituciones públicas en los niveles de la Enseñanza Escolar Básica y la Enseñanza Media. A ello hay que agregar la gran eclosión de universidades e institutos que hubo en la década de 1990 y en el comienzo del siglo XXI a lo largo y ancho del país.
Con el aumento de las oportunidades para estudiar, se incrementó también la cantidad de jóvenes ávidos de contar con un título que los vuelva idóneos para ejercer una profesión y obtener ingresos suficientes para llevar una vida digna dentro de la sociedad.
Esos números son alentadores porque reflejan la toma de conciencia acerca de la necesitad de contar con una mejor formación para salir de la pobreza e insertarse en el circuito de los requerimientos de esta época, dominada por la tecnología de la comunicación y la necesidad de capacitarse mejor para contar con trabajos mejor remunerados.
Paradójicamente, son también engañosos porque un elevado porcentaje asiste a clases y obtiene un título, pero sale sin el valor agregado de conocimientos sólidos que le permitan ejercer con eficiencia una profesión, competir con éxito en los concursos de oposición y alcanzar otros objetivos en su tiempo de vida productiva.
La relevancia del estudio del Cadep es que permite visualizar en cifras un aspecto de la realidad. Se puede leer entre líneas que el aumento del acceso a la educación no implica siempre la incorporación de saberes teórico-prácticos eficientes que permitan a los estudiantes cambiar de vida.
Por lo tanto, el inmediato gran desafío del Gobierno –compuesto por los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial– y de la sociedad civil es sumar a la cantidad el componente de la calidad que implique, a su vez, equidad, a través de medidas eficaces que acaben con la estafa de estudiar sin alcanzar la idoneidad solicitada en los diversos ámbitos profesionales.
Los ajustes tienen que producirse en todas las etapas de la formación de los alumnos, tanto en el sector público como en el privado. La meta es clara: buscar la coincidencia entre los números y la excelencia de la formación.