02 ago. 2025

Democracia trascendente

Carolina Cuenca

Hoy se celebra el Día de la Democracia. Ya no solo se habla de la autoridad del pueblo para decidir sobre los asuntos que le competen, la democracia es considerada por muchos tanto un proceso como una meta social, donde deben cobrar fuerza la libertad, la participación, el respeto por los derechos humanos, el acceso al voto universal, el sometimiento a la ley, la integración a la comunidad internacional; se ha hecho incluso un Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que asegure la convivencia democrática a nivel global (aunque muchos pueblos soberanos aún no se unan a él). Entre los derechos y libertades garantizados por las constituciones de las democracias liberales se citan: el derecho a la vida, el debido proceso, la intimidad, la propiedad privada, la igualdad ante la ley, así como las libertades de expresión, asociación y culto. En este contexto optimista se difunden como ideales la tolerancia y el pluralismo político... Hasta aquí suena bien, un avance histórico en desarrollo desde hace siglos. Pero no faltan las críticas a este “fallido” intento de humanización estructural. Los procesos tecnológicos, los nuevos estandartes de la revolución cultural anticapitalista, el problema medioambiental, la crisis o desvalorización de la vida humana y de las instituciones como el matrimonio y la familia, desafían a la democracia en este tiempo. Ni qué decir la corrupción y la falta de seguridad ante la violencia y el crimen. ¿Qué le falta a la democracia? ¿O sencillamente no funciona?

Quizás el problema de fondo es pretender que un sistema sea tan perfecto que ya no necesite de responsabilidad personal, que sea tan bueno (estructuralmente y solucione tantos problemas) que ya no necesite de hombres que practiquen la bondad (parafraseando a Chesterton), poniendo en riesgo su libertad y sus convicciones para llevar adelante su vida, la educación de sus hijos, su fe, su pertenencia social.

“El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y los pueblos: ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana” (Benedicto XVI, Cáritas in veritate, punto 17).

Este es el punto. Requerimos urgentemente la incidencia de un humanismo trascendental que nos permita vivir sin complejos nuestras búsquedas de verdad, bien y belleza, nuestra dignidad de personas, sin reducirnos en una insana pretensión de que un sistema global, por muy cómodo que parezca, elimine nuestras preguntas, límites y posibilidades de acierto y error, en un supuesto deseo de bienestar y control total.

La democracia es buena siempre y cuando haya hombres libres que la vivan, la compartan y la perfeccionen. Para esto hace falta un proceso educativo que todavía está en pañales.