Nos pasan cosas todo el tiempo y a menudo las consideramos banales. Comer, caminar, escuchar música, leer algo, conversar. Si a esta especie de rutina burguesa, que viven también en clave de alienación personas de diversos niveles económicos, le sumamos la facilidad con la que los celulares con acceso a internet y sus infinitas posibilidades de entretenimiento denso o light nos mantienen lejos de la realidad, no es difícil entrar en razón sobre el bajo desempeño de los alumnos, los fracasos escolares y la alta tasa de incomprensión lectora que tienen dos de cada tres estudiantes paraguayos hoy.
Si queremos salir adelante, debemos volver a la realidad. Pero esta ¿qué ofrece? Para quien puede pagar, más y más opciones de entretenimiento. Este es el mundo que se construyen muchas familias hoy. Una fantasía. De a poco perdemos sentido de comunidad y se apodera de nuestros chicos un individualismo galopante y consumista. Luego vienen los apuros ante el deseo de éxito que no se compadece con la incapacidad de producirlo de la nada.
Es cierto, en las redes sobreabundan datos, flujos informativos breves e imprecisos, flashes de contacto con los sucesos criminales del momento, la situación de inseguridad o la precaria atención de salud que golpean un poco la aletargada conciencia social. Pero ¿cómo pasan estos datos de la sensiblería a la comprensión racional? ¿Cuándo lo vivido se convierte en experiencia de aprendizaje? Para esto, más que técnicas o tecnicistas, y más que presupuesto, necesitamos guías maduros que surjan de en medio de nosotros, necesitamos adultos cercanos que estén dispuestos a dar de sí para educar en la libertad.
La alienación es lo contrario a la libertad y a la racionalidad. Es el mundo de los zombis, no de los humanos que crean, se divierten, sirven y generan vínculos estables.
Por mucho que se presione al Estado y al famoso presupuesto que maneja este con dinero de los contribuyentes, la verdad es que el bajísimo rendimiento escolar que se avisora en estadísticas y a simple observación, requiere del despertar de una instancia anterior: la sociedad. Nosotros. Principalmente, la familia.
Es notable, como a adultos que han pasado muchas precariedades y sacrificios por alcanzar sus sueños les cuesta trasmitir a sus hijos su experiencia en clave positiva. Vivimos como acomplejados ante los “expertos”, autocensurados y muchas veces también alienados, temerosos de esa libertad que deseamos.
Comprender el mundo requiere paciencia, observación, positividad y dedicación amorosa. También una administración constante del sí y del no, que los “chicos burbuja” no son capaces de lograr. Y no es que no quieran. No les estamos enseñando a crecer libres ya sea en su humilde escuela rural o en su sofisticado cole chuchi.
Esto requiere de un nosotros, de primeras personas, capaces de enfrentar sus miedos y explorar sus potencialidades con cierto sentido del humor. Sí, un sentido del humor que notablemente tenían los abuelos, esos que hacían chistes andando descalzos a la escuela o que le encontraban apodos a todos los poguasu de la política de su tiempo y que para todo tenían una sentencia razonable en jerga popular. Reencontrarnos de una manera menos neurótica con esas cosas que nos pasan a diario: comer juntos, caminar juntos, escuchar música juntos, conversar, navegar juntos en internet... puede ser el inicio de un nuevo despertar de la razón, de la comprensión, de la libertad responsable.
Somos nosotros los adultos los que debemos encontrar sentido y dotar de sentido a las vivencias de nuestros hijos, somos sus primeros educadores, escuchemos sus preguntas, dejemos que surjan y tratemos de comprender juntos, aunque a veces ser libres requiera sufrimientos, errores y caídas, correcciones. No tengamos miedo y apoyémonos. Los paraguayos somos herederos de gente muy valiente que ha sabido enfrentar las realidades más duras y salir adelante con o sin ayuda del Estado. Vale la pena intentarlo.