Influir en el gobierno de la cosa pública en busca del bien común debería ser el noble fin de la política. Esta visión estuvo tan distorsionada por la corrupción y el vandalismo en tantos periodos de nuestra historia nacional, que nuestros abuelos aconsejaban no meterse en política para vivir honradamente, como si la virtud y la política se descartaran mutuamente. Así los decentes se mantuvieron al margen y los pescadores de río revuelto sistematizaron la corrupción que nos aqueja hasta hoy.
Sin embargo, hoy tanta gente de diferentes ámbitos se ha lanzado a la arena como candidatos que parecería que la política vuelve a ser motivo de interés nacional. No estaría mal si no fuera porque, más que superar la apatía, parece que lo que se deja de lado, en muchos casos, es la “santa vergüenza”, parafraseando al papa Francisco.
Es triste el populismo en el que incurren varias propuestas sin pie ni cabeza, demostrando la escasa formación cívica, sin bases doctrinarias y, lo peor, sin sustento realista. Ni hablemos de la falta de virtud personal de muchos caraduras que buscan votos.
Parece oportuno recordar la Constitución Nacional que en su preámbulo dice que el pueblo paraguayo... reconociendo la dignidad humana con el fin de asegurar la libertad, la igualdad y la justicia y reafirmando los principios de la democracia republicana, representativa, participativa y pluralista, y ratificando la soberanía e independencia nacionales, e integrado a la comunidad internacional declara que la República del Paraguay es para siempre libre e independiente. Se constituye en Estado social de derecho, unitario, indivisible, y descentralizada... la soberanía reside en el pueblo... El gobierno es ejercido por los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial en un sistema de separación, equilibrio, coordinación y recíproco control... ¡Solo estudiar este inicial escrito constitucional ya borraría de los discursos politiqueros abundantes y aburridos de estos días más de la mitad de su contenido desafortunado!
Amigos, celebramos el interés por la política, pero todavía estamos aplazando lo más importante que es la educación cívica. Tenemos que aprender a tomar partido razonadamente por lo que es noble y verdadero, y descartar lo irracional y lo inmoral. El republicano es un modelo que debe alejarnos del vicio y proteger nuestras libertades individuales, fomentar el respeto a la ley y no su manipulación en función de intereses mezquinos o ideológicamente erráticos. Demasiado serio es lo que vamos a hacer al elegir autoridades, porque se pone en juego nuestra tranquilidad en el duro combate que es de por sí la vida en busca de la felicidad personal y social.
Para que la República funcione deben darse mínimamente tres factores: la verdadera participación, el respeto a los valores comunes y una férrea oposición a la corrupción.
La democracia nos permite participar, pero no es suficiente, ya que si no cuidamos las instituciones como la familia y los valores esenciales como el respeto a la vida desde la concepción y la libertad educativa y religiosa, los cuales sustentan la vida en común, fracasaremos democráticamente.
Cuidado, algunos prometen el oro y el moro si les dejamos manejar todo desde un estatismo agobiante que pasa por encima de la libertad y responsabilidad personales. ¡Error! Otros, solo quieren su sitio para administrar privilegios, prebendas, tráfico de influencias. Mal. Algunos parecen con buena intención pero no están preparados y les falta virtud, como la prudencia que es esencial en política. En fin, no está fácil, pero mejor votar que dejar a otros hacer por nosotros. Apostemos por los que más nos alejen de la corrupción y menos nos acerquen a la barbarie domesticada del circo y el pan.