20 abr. 2024

Cervantes o la invención del lector

Por Blas Brítez – @Dedalus729

Blás Brítez

Blas Brítez

Es conocido el pasaje del capítulo nueve de la primera parte del Quijote, en donde Cervantes se describe a sí mismo como lector impenitente de papeles rotos encontrados en la calle. Lector insaciable, cierta vez aceptó un volumen escrito en árabe que un muchacho le entregó. Ayudado por un morisco, pudo traducirlo y entregar al mundo la historia de Alonso Quijano, el hombre a quien de tanto leer novelas de caballería se le secó el cerebro y se lanzó a deshacer agravios y enderezar entuertos, acompañado de su escudero Sancho Panza. Sabemos que la historia del manuscrito es un recurso de Cervantes para ubicarse como mero traductor o editor de una historia que es el más grande homenaje a la lectura. El libro que lectores y lectoras de varias generaciones han tenido en sus manos a lo largo de siglos ha sido leído primero y escrito después: ese es el sutil homenaje que la fundacional y más moderna de las novelas ha hecho al ejercicio de la lectura. Ese es el influjo más duradero de la obra de Cervantes en los escritores: se la lee primero y se escribe después, aun cuando no sea más que por intermedio de libros que han abrevado de sus procedimientos literarios.

No son menos célebres otros dos pasajes. Luego de la primera salida de Quijano, el cura y el barbero se inmiscuyen en el ámbito más indómito de quien ha perdido (aparentemente) la razón: su biblioteca. En un acto que al mismo tiempo entraña tanto la crítica literaria como la censura de la ortodoxia religiosa y política. Ambos se dedican a amonestar o a aprobar los volúmenes (y a sus autores). Un libro anterior del propio Cervantes, La Galatea, aparece esculcado por los particulares censores. En todos lados acecha la supresión del libro que es como decir la supresión de los lectores.

En uno de los más admirables simulacros de interacción entre la realidad y la ficción, en la segunda parte del Quijote los personajes con los que se encuentra el Caballero de la Triste Figura ya han leído la primera, por lo que son conscientes de que son personajes de una novela. Desde Jacques el fatalista de Diderot, pasando por Memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Asís, hasta llegar a Borges, Pirandello y el propio Roa Bastos, este juego es uno de los más fecundos de la literatura moderna: hasta el lector es un personaje de novela. Todos nosotros lo somos.

El pasado viernes se cumplieron 400 años de la muerte de Cervantes. El 23 de abril se fija el Día del Libro, por él y por Shakespeare.

Tal vez a Don Miguel le hubiera gustado que fuera el Día de los Lectores y las Lectoras, aquellos que han perdido hermosamente la razón y a quienes quiso con la misma piedad con que amó a sus personajes.

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